Los ataques de ansiedad se han convertido en un problema creciente en México, afectando a miles de personas que experimentan síntomas físicos y emocionales intensos.
Este fenómeno, que anteriormente se trataba con poca frecuencia, hoy en día ocupa un lugar relevante en las discusiones sobre salud mental, especialmente en un contexto de estrés laboral, incertidumbre económica y los efectos prolongados de la pandemia de COVID-19.
Un ataque de ansiedad es una experiencia abrumadora. Quienes lo han vivido lo describen como una repentina oleada de miedo o pánico, acompañada de síntomas físicos como palpitaciones, dificultad para respirar, sudoración excesiva, temblores y opresión en el pecho.
Además de los síntomas físicos, los ataques de ansiedad pueden provocar una sensación de desconexión de la realidad, conocida como desrealización, o la sensación de estar observándose a uno mismo desde fuera, llamada despersonalización.
En México, los trastornos de ansiedad han aumentado significativamente en los últimos años. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), un gran número de mexicanos ha experimentado síntomas de ansiedad en algún momento de su vida, y este porcentaje ha aumentado después de la pandemia. Factores como la violencia, la inestabilidad económica y la falta de acceso a servicios de salud mental han sido determinantes en este aumento.
Diversos expertos coinciden en que es esencial romper el silencio y normalizar la búsqueda de ayuda. Apoyarse en terapias psicológicas, técnicas de relajación y, en algunos casos, tratamiento farmacológico, puede marcar una gran diferencia para quienes padecen este trastorno.
Aunque los ataques de ansiedad son intensos y aterradores, no representan una amenaza para la vida, pero su impacto en la calidad de vida es innegable.