¿Qué contienen realmente las pastillas de caldo?

Presentes en millones de cocinas por su bajo costo, facilidad de uso y disponibilidad, las pastillas de caldo se han vuelto una solución habitual para realzar el sabor de platillos o preparar caldos en cuestión de minutos. No obstante, detrás de su intensidad gustativa existe una formulación que despierta preocupación entre expertos en nutrición y salud pública.
En un contexto donde la rapidez manda en la preparación de alimentos, resulta fundamental conocer qué contienen realmente estos cubos concentrados que se disuelven en agua caliente.
Un ultraprocesado bajo la lupa: lo que revela la etiqueta
La revisión de los ingredientes de las marcas más consumidas muestra un patrón claro: la sal ocupa el primer lugar, seguida de potenciadores del sabor y aditivos industriales. Sustancias como el glutamato monosódico (E621), los ribonucleótidos de sodio (E635), almidones y grasas saturadas predominan en la fórmula. En contraste, los ingredientes que identifican al producto —pollo, res o verduras— aparecen al final de la lista, lo que evidencia su presencia mínima.
Este orden refleja un alimento diseñado para estimular intensamente el gusto a través de sodio y compuestos químicos, con un aporte nutricional muy limitado frente a opciones frescas.
Exceso de sodio: un riesgo subestimado
Uno de los aspectos más preocupantes es su elevado contenido de sal. Se calcula que alrededor del 53 % de una pastilla corresponde a sodio, equivalente a casi 53 gramos por cada 100 gramos de producto. Esta cantidad contrasta fuertemente con la recomendación de la Organización Mundial de la Salud, que sugiere no exceder los 5 gramos diarios en adultos.
El uso frecuente de estos concentrados favorece que se sobrepase el límite diario con facilidad, incrementando el riesgo de hipertensión, enfermedades cardiovasculares y daño renal a largo plazo.
Glutamato monosódico: algo más que sabor
El glutamato se emplea para generar el sabor “umami”, altamente estimulante del apetito. Aunque su uso está autorizado en cantidades reguladas, se ha asociado en personas susceptibles a síntomas como cefalea, rigidez cervical y presión en la cabeza, conocidos como el síndrome del restaurante chino.
Además, este aditivo permite compensar la baja calidad o escasez de ingredientes reales, sustituyendo el sabor natural de proteínas auténticas por un efecto químico que engaña al paladar.
Caldo casero frente al industrial: dos realidades opuestas
Elegir caldo hecho en casa no solo mejora el sabor, sino también la calidad nutricional. Preparado con huesos, carnes magras y vegetales frescos, puede aportar hasta un 40 % más de proteínas y una hidratación más saludable, sin conservadores ni aditivos.
Mientras el caldo industrial se reduce esencialmente a agua con sal y químicos, el caldo casero funciona como un alimento reparador, con alrededor de 22 calorías por cada 250 ml.
Si bien las pastillas de caldo destacan por su practicidad y bajo costo, su efecto en la salud sugiere que deberían consumirse solo de manera ocasional. Para una alimentación equilibrada, los especialistas recomiendan preparar bases naturales y conservarlas congeladas, evitando que la comodidad se traduzca en un riesgo cardiovascular.
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