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La entrevista con Monseñor Hilario González García

Entrevista
Penélope Cueto
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“La vocación es una invitación amorosa de Jesús a ser feliz”

Ser obispo representa la plenitud del sacerdocio, señala Monseñor Hilario González García.

¿Cómo fue que descubrió su vocación? El proceso del discernimiento vocacional en cualquier joven ocurre a lo largo de la vida y se manifiesta a través de ciertos signos que uno va descubriendo.

Siempre he compartido con las comunidades y los jóvenes que la vocación es una invitación amorosa de Jesús a ser plenamente feliz sirviendo a los demás. No es un destino fatalista, como decir: ”¡Ahhh, tengo que ser sacerdote!” o ”¡Tengo que casarme!”. Es una invitación amorosa. Es Jesús, que nos ama y nos invita a estar con Él de una manera especial, ya sea a través del matrimonio, la vida consagrada, la vida misionera, la vida contemplativa, el sacerdocio o un carisma de servicio a los demás.

Yo me preguntaba: ”¿A qué me está invitando el Señor?”

El segundo punto es que la vocación nos invita a ser plenamente felices. Creo que, cuando uno responde a su vocación, lo hace para realizarse tanto humanamente como cristianamente. Nuestra sociedad y los programas vocacionales civiles o seculares suelen enfocarse únicamente en la profesión, con un horizonte muchas veces solo material y mundano. Y aunque eso no tiene nada de malo, no es todo lo que somos. La vocación va más allá.

Además, en la sociedad actual se insiste mucho en lo individual, en la autosatisfacción: “Estoy para servirme de los demás y los demás están para hacerme feliz”. Sin embargo, los cristianos pensamos al revés: “Mi realización plena es sirviendo a los demás, compartiendo mis dones con el Espíritu Santo y ampliando mi horizonte”.

¿Cuáles son los cuatro pilares de su vocación? El primero es la familia. Ahí nacen y se preparan las vocaciones. En mi casa, mis padres me transmitieron valores como la generosidad y el servicio. Una frase común era: “No hay que estar de oquis”, lo que significaba estar siempre dispuesto a ayudar.

El segundo pilar fue la escuela. Gracias a mis padres, estudié en colegios con formación religiosa, como el Franco, el Centro Universitario y la Universidad de Monterrey. Además de la educación académica, recibí una formación en valores. Participaba en rifas para apoyar la Sierra Tarahumara, organizábamos bazares para comunidades necesitadas y realizábamos visitas a orfanatos.

El tercer pilar fueron los amigos. Crecí en ambientes de servicio y apostolado, lo que me permitió rodearme de personas comprometidas con la fe y el apoyo a los demás. Hasta la fecha, sigo en contacto con ellos.

El cuarto pilar fue el apostolado. Empecé en el catecismo, luego participé en Acción Católica y en Jornadas. Fue ahí donde comprendí que existían diversas vocaciones dentro de la Iglesia, más allá del matrimonio.

¿Qué edad tenía? Estaba terminando la carrera cuando vi como una posibilidad el realizarme plenamente al servicio de los demás. Tenía 21 años.

¿Qué estudió? Ingeniería en Computación y Administración en la Universidad de Monterrey (UdeM).

¿A qué se dedicaban sus padres? Mis papás siempre fueron comerciantes, personas con mucha iniciativa, así que desde niño aprendí a involucrarme en el trabajo. Mi mamá se encargaba de las conciliaciones y me enseñó a manejar las cuentas y la contabilidad en aquellas hojas de columnas, donde se hacían los cálculos a mano.

¿De qué era el negocio de sus padres? Tuvieron un negocio de ropa, luego uno de abarrotes, después un taller de costura. Mis papás hacían de todo. De ellos aprendí mucho, al igual que en el apostolado, en la escuela y en la carrera.

¿Qué le dijeron en su casa cuando les informó que se iba al seminario?Al p rincipio, no les gustó mucho. Mi mamá, aunque era más comprometida con la Iglesia—tenía una hermana religiosa y un hermano sacerdote—, al principio no lo aceptó del todo bien.

Mi papá, aunque más calmado, me dijo: “Ya lo veía venir, porque te la pasas mucho ahí (en el grupo juvenil), pero ya eres mayor de edad, terminaste la carrera y ya trabajas”.

A ambos les costó un buen tiempo aceptar mi decisión, pero con el tiempo la asumieron con gusto y orgullo.

Mis abuelos paternos, que eran menos cercanos a la religión, se preguntaban si estaba bien, si estaba mal o si estaba enfermo. En cambio, mi abuela materna fue la más cariñosa y la única que me abrazócuando le dije que quería entrar al seminario. Mi abuelo materno, un hombre muy recto y comprometido con la fe, me dijo: “Si vas a entrar, entra bien. Con eso no se juega”.

Mis hermanos, al ser menores, no entendían del todo. Mi hermana más cercana en edad no comprendía mi decisión, y los más pequeños sintieron que los abandoné.

¿Y ahora qué le dicen? Creo que se sienten bien, contentos.

¿Orgullosos? Pienso que sí.

 ¿Cuánto tiempo lleva como obispo? Diez años. Fui nombrado en 2015, estuve seis años en Linares, del 2015-2020 y desde 2020 estoy en Saltillo.

 ¿Alguna experiencia que lo haya marcado? El hecho mismo de ser elegido como Obispo. Yo no me lo esperaba. Según yo, si alguna vez me llamaba el Nuncio para esto, le iba a decir que no y le llevaría una carta con mis razones. Pero hasta en eso, Dios se adelanta, porque me “pescaron en las tunas” cuando me llamó el Nuncio.

No estaba preparado. Fue un llamado un tanto atípico, así que no me dejaron prepararme. Estando ahí con él, le dije: “¿Y qué se dice en estos casos?” Y me respondió: “Pues nomás diga que sí”.

Le di mis razones por las cuales no quería y me dijo: “Todos aprendemos”.

¿Por qué fue atípico y por qué no quería? Fue atípico porque, generalmente, te llaman a México, a la Nunciatura, para una entrevista, te piden que seas discreto, etc.

Yo era secretario ejecutivo de una comisión episcopal y asistía regularmente a las asambleas de obispos. Fue ahí donde el Nuncio se acordó y dijo: “Ah, mira, aquí está Hilario. Traigo este pendiente”. Y de ahí me mandaron llamar con los seminaristas.

Pensé que me iban a dar algún documento, porque en ocasiones hay correspondencia oficial, pero me dieron más de lo que imaginaba.

Y no quería porque no me sentía preparado.

Hace cuatro años, cuando me llamaron para venir a Saltillo, tampoco me lo esperaba. Estábamos saliendo de la pandemia. Fue en 2020, yo me había contagiado de COVID y, precisamente, me llamaron cuando había cumplido las tres semanas de confinamiento.

Estaba entusiasmado por regresar, por echarle ganas, habían sido meses difíciles… y, de repente, la llamada era para cambiarme de Linares a Saltillo.

Estoy en manos de Dios, y mi frase siempre ha sido: “¿Cómo le digo que no al que siempre me ha dicho que sí?”. Si Dios, por medio del Papa, piensa que este es el mejor lugar para seguir sirviendo, pues estoy dispuesto a ir. Y así fue.

¿Qué significa ser obispo? Es una gran responsabilidad: hacer presente a Jesús, buen pastor, maestro, sacerdote y servidor.

Ser obispo representa la plenitud del sacerdocio dentro de nuestra concepción teológica del orden sacerdotal. La gente suele verlo como una cuestión de poder, pero se nos olvida que es un servicio. Hay que ejercer el poder de Jesús, y hacerlo como Él lo hizo.

Para mí, esa ha sido la experiencia vocacional más fuerte. No estaba en mi horizonte, no lo buscaba ni lo pretendía. Según yo, iba a decir que no. Me ha implicado un esfuerzo, tanto como persona y cristiano, como sacerdote, para parecerme más a Jesús y reflejarlo con mayor transparencia.

Hay una frase en la Biblia, dicha por Juan Bautista: “Es preciso que Él crezca y que yo disminuya”. Juan Bautista fue el precursor y Jesús, el Mesías.

Entonces, cambiando lo que haya que cambiar, yo también creo que es necesario que yo disminuya para que Jesús crezca en mí y se refleje.

 

¿Qué le pide a Dios? Ser obispo es una marca muy fuerte, y le pido a Dios que me conceda ser fiel y congruente con lo que Él me está proponiendo.

Sigo con mi definición de vocación: una invitación amorosa de Jesús. Y veo esto como una invitación suya para parecerme más a Él en la misión de ser pastor de una diócesis.

Le pido que me dé el ánimo, las cualidades y las habilidades necesarias para desarrollar lo que deba desarrollar. Porque también está el tema de la edad; uno va creciendo y va batallando más para aprender y para desarrollar nuevas capacidades.

Le pido que me ayude a crecer humanamente, cristianamente y sacerdotalmente. Y, sobre todo, que nunca olvide que estoy para servir.

Ese es el lema que escogí: “Sirvamos al Señor con alegría”.

A veces la tentación es perder la alegría. Otras, es perder el espíritu de servicio. Otras más, darse por vencido. Por eso, eso es lo que le pido al Señor.

¿Cómo vence las tentaciones? A través de la oración, de la cercanía con Él, de la relación personal con Dios.

Hace una semana, Jesús mismo nos dio el ejemplo de cómo vencer las tentaciones: con la Palabra de Dios, reflexionándola, asumiéndola en la vida, confiando en el Señor y recordando que estamos aquí para servir y dar culto a Dios.

¿Cómo definiría la vida sacerdotal y el ser obispo? Dentro de nuestra concepción vocacional, el sacerdocio y el matrimonio son dos sacramentos que edifican la Iglesia. El sacerdocio lo hace configurándose con Jesús: como buen pastor, maestro, esposo de la Iglesia. El matrimonio lo hace edificando la Iglesia como iglesia doméstica.

Para mí, ser sacerdote es precisamente eso: ayudar a edificar la Iglesia, haciendo las veces de Jesús, el eterno sacerdote, el pastor, el maestro, el esposo de la Iglesia y el servidor de todos.

¿Cuál sería su llamado?Estar atentos al Señor. El Evangelio no solo nos invita a oír, sino a escuchar.

Vivimos en un mundo muy sensitivo y estético, donde lo importante es solo oír, ver, sentir, gustar y palpar lo físico, lo terrenal. Pero el Señor nos dice: “Tus sentidos son para más”.

No solo para oír, sino para escuchar. No solo para ver, sino para contemplar.

No solo para sentir algo bonito, sino para experimentar el abrazo de Dios, su gloria, que nos envuelve y nos impulsa.

Debemos estremecernos ante la presencia de Dios.

Y eso hay que cultivarlo en casa, en las comunidades, en nuestras escuelas católicas. Debemos afinar nuestros sentidos y ampliarlos hacia una experiencia espiritual más profunda.

Semblanza:

Mons. Hilario González García nació el 19 de junio de 1965 en Monterrey. Fue ordenado sacerdote el 15 de agosto de 1995, incardinado en la archidiócesis metropolitana de Monterrey.

Obtuvo su licenciatura en Teología en la Universidad Pontificia de México. Ha sido director espiritual, prefecto de estudios filosóficos, vicerrector y rector del Seminario de Monterrey.

En la curia diocesana ejerció el cargo de promotor del ecumenismo y el diálogo interreligioso y fue secretario ejecutivo de la Comisión de Ecumenismo y Diálogo de la Conferencia Episcopal Mexicana.

El 19 de noviembre de 2014 fue nombrado obispo de Linares y recibió la ordenación episcopal el 22 de enero de 2015. Desde 2020 es obispo en la Diócesis de Saltillo.

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