Zelda: Breath of the Wild sigue siendo una obra maestra 6 años después

En marzo de 2017 llegó la Nintendo Switch, un híbrido de consola de sobremesa y portátil que, incluso entonces, las consolas PlayStation 4 y Xbox One eran superiores en calidad gráfica y potencia de procesamiento. Pero a Nintendo eso parecía darle igual, la apuesta estaba completamente puesta en los juegos y el formato híbrido de la Switch, y para demostrarlo lanzó junto a la consola el juego The Legend of Zelda: Breath of the Wild.

 

Breath of the Wild ha envejecido increíblemente bien. A pocas semanas de la llegada de su secuela, me decidí a volver a jugarlo como preparativo antes de tener en mis manos Zelda: Tears of the Kingdom y conocer esta nueva versión de Hyrule, más vertical y con el regreso de villanos míticos en la franquicia. No había jugado Breath of the Wild desde hace unos tres o cuatro años, y al volver a comenzarlo de nuevo puedo explorar, con nuevos ojos, lo que hizo Nintendo en esta joya de los videojuegos.

Y es que el encanto de Breath of the Wild no se encuentra en los gráficos o en una historia cinemática, no, Breath of the Wild es, ante todo, un videojuego, y todo lo que hace como videojuego lo hace bien. El mundo de Breath of the Wild es abierto y de exploración verdaderamente libre. No más al despertar de su letargo de muchos años, Link tiene las herramientas suficientes para recorrer el mundo en el que se encuentra, y conoce tan poco de él como nosotros.

En la distancia podemos ver un calabozo en una montaña y en el camino hay nieve, ¿cómo llegamos? El frío hace daño a Link, hay que encontrar algo de ropa o una forma ingeniosa de llegar. Podemos, por ejemplo, recorrer el camino con una antorcha en las manos, y correr hasta encender fogatas para poder enfrentarnos a los enemigos que encontraremos en el camino. Por el contrario, hay una zona demasiado cálida, ¿cómo la exploramos? Podemos combinar ingredientes y cocinar alimentos para ayudarnos a recorrer esta zona, o quizás conseguir la ropa y armadura ideal. Todo se desarrolla así, explorando y experimentando. Es, en muchos sentidos, un ejercicio de ensayo y error que hace que se sienta como un videojuego hecho y derecho, de los que nos hacen pensar y no solo presionar botones.

Incluso han habido bugs o fallos en el juego que han hecho que los jugadores se vuelvan más creativos al derrotar enemigos, aprovechando estos fallos del sistema, y hay quienes aún en 2023 continúan descubriendo nuevos trucos. Los calabozos también están llenos de puzzles diferentes, que nos obligan a ingeniar la forma ideal para completarlos. Y por supuesto, tenemos el caso de las armas, quizás la mayor “polémica” en el juego, ya que se rompen con el uso, a veces hasta el punto de frustrarnos. Pero, de nuevo, es parte de lo que hace distinto e incluso especial al juego.

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