La tradición de hacer propósitos de Año Nuevo, aunque inicialmente tiene un tono optimista, suele ser abandonada por la mayoría de las personas hacia el segundo mes del año, con alrededor del 64% de los que se comprometieron a mejorar dejando atrás sus metas. Esto puede hacer que algunos se cuestionen el propósito de esta costumbre.
El origen de esta práctica remonta a hace miles de años, cuando en el festival babilónico de Akitu se celebraba la creación del mundo y la fertilidad, a la vez que se hacían promesas a los dioses, como saldar deudas o devolver préstamos. Aunque los romanos no usaban el término "propósitos", también intentaban entrar al nuevo año con una actitud positiva, haciendo promesas de lealtad o intercambiando regalos.
A lo largo de la historia, las resoluciones de Año Nuevo han sido un reflejo de la intención de comenzar el año con buenos augurios, desde rituales como la limpieza de la casa en Irlanda hasta la quema del Año Viejo en algunos países de Latinoamérica. En épocas más recientes, los puritanos promovieron reflexiones sobre el año pasado y el venidero, mientras que figuras como John Wesley introdujeron rituales de renovación del pacto.
El concepto de "propósitos" tal y como lo conocemos se remonta al siglo XVII, cuando la escritora Anne Halkett escribió sus resoluciones. Aunque esta práctica se ha mantenido con el tiempo, no siempre ha tenido éxito, siendo objeto de sátiras que critican el fracaso de la mayoría por cumplir lo prometido.
Con el paso del tiempo, los propósitos de Año Nuevo se han secularizado, pero la motivación detrás de ellos sigue siendo la misma: mejorar como personas, aunque las metas hayan cambiado. Mientras que en el pasado las resoluciones podían tener un enfoque religioso, hoy en día, se enfocan en aspectos como la salud o el bienestar personal.