La derecha de una derecha
Lorenzo MeyerEs pertinente la observación que hizo Ross Douthat en su columna del New York Times del 22 de marzo: “Es la ideología, no la oligarquía” (It’s About Ideology, Not Oligarchy), pues el enfoque puede ayudar a entender el tipo de derecha con la que Estados Unidos y el mundo se las tiene que ver al tratar con Donald Trump y el trumpismo. Y es que hay de derechas a derechas, y la que hoy encabeza el presidente norteamericano no es la normal sino una muy peculiar y por eso desconcierta y alarma a una buena parte de los electores de su país -la mitad-y a la opinión externa. Y es que se trata de una derecha que tiene como antecedente inmediato el macartismo, pero también elementos anteriores, incluso coloniales, y cuya visión del mundo mezcla los valores comunes a cualquier derecha de hoy con otros que Douthat llama “ideológicos”, es decir ideas o prejuicios culturales muy arraigados en la historia social de Estados Unidos. Esos elementos incluyen, además del anti izquierdismo de Trump (anti woke), el macartismo, la muy marcada y viva herencia de la etapa esclavista, lo mismo que la idea de los primeros pobladores ingleses de Estados Unidos -(los pilgrims)- como una nación excepcional por voluntad de Dios y otras peculiaridades que hoy conforman al trumpismo. Esa visión del mundo no es una aberración histórica sino un conjunto de ideas y valores endémicos al norte del Bravo (ver, como ejemplo, el análisis de Clay Risen, Red Scarede: Blacklists, McCarthyism and the Making of Modern America, 2025).
Para Douthat la caracterización del senador independiente por Vermont, Bernie Sanders, en el sentido que Trump y su círculo de mil millonarios buscan entronizar en Washington a una oligarquía, es una explicación parcial del fenómeno. Es claro que el segundo hombre políticamente más fuerte en Washington es también el más rico del planeta -Elon Musk- y que hoy encabeza el DOGE (Departamento para la Eficacia Gubernamental), dedicado a disminuir o desaparecer agencias completas del gobierno federal para evitar que interfieran con la lógica del mercado, pero el trumpismo es algo más que eso y que no necesariamente corresponde con lo que tradicionalmente ha buscado la plutocracia de ese país.
El entorno ideal de Wall Street no incluye un presidente todopoderoso y de ideas simplistas al frente del país. Los grandes inversionistas no pueden estar a gusto con un secretario de la Defensa como Pete Hegseth, que apenas fue capitán en la Guardia Nacional, con simpatías por el supremacismo blanco pero cuyo principal atributo es un trumpismo puro y duro.
Trump carece de una hoja de ruta clara sobre su proyecto nacional -volver a reindustrializar a Estados Unidos y “hacerlo grande de nuevo”-, tiene ideas simplistas sobre la realidad política, económica y cultural global, es poseedor de un ego fenomenal y va a gobernar en una coyuntura donde no hay contrapesos efectivos dentro de la estructura política. Todo lo anterior puede satisfacer a una derecha extrema y no sofisticada pero difícilmente es el ideal de una oligarquía tradicional y acostumbrada a tratar con una presidencia consciente de sus límites.
Veamos ahora más de cerca lo que en México nos interesa directamente de las decisiones del Washington de Trump: los impuestos a nuestras exportaciones a Estados Unidos. Para empezar, un documento publicado por Stephen Miran, presidente del Consejo de Asesores de la Casa Blanca (“Guía para reestructurar el sistema global de comercio”) afirma que el objetivo de Trump es rehacer el actual sistema mundial de comercio a fin de reindustrializar a su país. Para ello se deben manipular las tarifas arancelarias de tal manera que las exportaciones norteamericanas paguen impuestos bajos, subvaluar el dólar y obligar a las otras monedas a revaluarse para encarecer sus productos en el mercado norteamericano. Sin embargo, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, propone lograr lo mismo, pero manteniendo al dólar como una moneda superfuerte y encareciendo vía tarifas todo lo que provenga del exterior (The New York Times, 25/03/25). Sea lo que finalmente fuere, hay una guerra comercial mundial en puerta.
Obviamente al gran capital norteamericano, europeo y asiático tradicional, como es el de la industria automotriz, le ha convenido tener un buen número de sus plantas industriales con mano de obra barata en México, no pagar impuestos por lo exportado a Estados Unidos (2,771 millones de vehículos) y mantenerse competitiva. Sea cual sea el resultado de las negociaciones dentro de Estados Unidos y entre los miembros del T-MEC, el “volver a hacer a Estados Unidos grande otra vez” es un proyecto que va a afectar a sectores del gran capital norteamericano y México va a ser víctima colateral de este rediseño del comercio mundial.
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