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Entrevista con Arturo González, Director del Museo del Desierto

“Esa ha sido mi historia, el tratar de entender el pasado para entender el presente y poder pensar cómo será el futuro".

Ciencia: “Esa ha sido mi historia, el tratar de entender el pasado para entender el presente y poder pensar cómo será el futuro\'.
Penélope Cueto
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¿Cómo comenzó su interés por la paleontología?
Desde pequeño, tuve una conexión natural con el entorno. Crecí en Saltillo, un lugar rodeado de desierto, montañas y ranchos. Siempre me llamó la atención la naturaleza y las piezas arqueológicas que encontraba en estos paisajes. A los 6 años, empecé a coleccionar todo tipo de objetos: hormigas, insectos, puntas de flecha. Esa fascinación por el mundo natural me llevó, más adelante, a querer entender cómo llegamos a lo que somos hoy, cómo la historia de la vida se despliega ante nuestros ojos.

¿De dónde es usted originario?
Nací en México, pero mi familia es de Saltillo. A los ocho días de haber nacido, ya estábamos aquí. Esta ciudad y su entorno fueron los que marcaron mi vida. Tuve la oportunidad de explorar la naturaleza desde niño, y fue allí donde me enamoré del desierto y todo lo que este ecosistema tiene para ofrecer.

¿Dónde estudió?
Fui a estudiar a México, a la Universidad Autónoma Metropolitana, donde me formé como biólogo con especialidad en ecología. Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que lo que existe hoy es el resultado de lo que ocurrió en el pasado. Somos producto de una evolución biológica que, al comenzar a entenderla, te fascina, porque las historias que revela son mucho más interesantes que las que cualquier ser humano podría inventar. Me interesé profundamente en el tema de las extinciones. Como biólogo, me dediqué a la paleontología para entender ese pasado, pero luego me adentré también en la arqueología. También soy arqueólogo, y me interesó descubrir cómo los seres humanos hemos influido en la extinción de especies, como la fauna de la era del hielo, por ejemplo.

Esa ha sido mi historia: tratar de entender el pasado para comprender el presente y poder anticipar cómo será el futuro en los próximos años o meses. Las tendencias son muy interesantes porque te permiten prepararte para lo que seguramente vendrá. Estamos viviendo la sexta gran extinción y, en este momento, la Tierra, en lugar de generar nuevas especies, está perdiendo las que ya existían.

¿Cómo fue su participación en el premio Rolex?
Trabajé muchos años en Yucatán, donde participé en investigaciones arqueológicas en los cenotes. En1999, descubrimos diez humanos de la era del hielo que convivieron con mamuts y mastodontes. Estos descubrimientos fueron muy relevantes, ya que, a través de ellos, comenzamos a entender cómo los primeros humanos interactuaron con las grandes especies prehistóricas. Durante este tiempo, trabajamos en lugares como Cancún y Tulum, donde el nivel del mar había subido y había sellado varios sitios arqueológicos, lo que permitió que los descubrimientos se preservaran.

¿Cómo nació el Museo del Desierto?
En 1986, comenzaron a realizarse importantes investigaciones paleontológicas en la región, pero, en ese momento, no existía una legislación que protegiera los hallazgos paleontológicos, aunque lo arqueológico sí estaba cubierto por leyes. Afortunadamente, eso cambió con el tiempo. En la década de los 80, el Royal Ontario Museum de Canadá y la UNAM realizaron varias expediciones en la región para estudiar los dinosaurios y otros fósiles. Sin embargo, en México no existía un laboratorio adecuado para analizar estos hallazgos y los fósiles tenían que salir del país. Fue entonces cuando se empezó a concebir la idea de crear un laboratorio en México que permitiera su análisis conforme a las reglas internacionales.

Primero, en tiempos del entonces alcalde Rosendo Villarreal, se pensaba en un museo en la escuela Coahuila, pero fue hasta el gobernador Rogelio Montemayor que la idea comenzó a tomar forma. En ese proceso, convocaron a un grupo de científicos, entre los que me encontraba, para ayudar a estructurar el contenido del museo. Tras un año de trabajo conjunto, se logró definir el concepto del museo, que se enfocaría en el ecosistema del desierto chihuahuense y en la historia natural de la región.

 

¿Cómo llegó a ser director del Museo del Desierto?
Mi involucramiento con el Museo del Desierto comenzó en sus primeros años. Estuve trabajando durante aproximadamente un año y medio en el museo, pero regresé a mis labores en Yucatán y en el INAH y no formé parte de la fase de construcción ni de la recopilación de piezas. Luego, en 2002, me invitaron a formar parte de una terna para ser el director del museo. Así fue como asumí la dirección y, desde entonces, he trabajado principalmente en la parte de investigación y considero que esto ha sido uno de los pilares, porque, aunque podríamos contar historias de otros países, aquí contamos historias que nos pertenecen, que nos dan identidad y que conectan a las personas con el lugar donde viven, le hacen sentirse orgullosa y amar su espacio.

¿En qué radica el éxito del Museo del Desierto?
Creo que uno de los puntos clave ha sido la capacidad para generar investigación, conservar especies y generar amor por nuestra tierra. Somos uno de los mejores museos de historia natural de Latinoamérica y uno de los mejores del mundo, gracias a nuestras colecciones y la constante producción de conocimiento científico. Además, tenemos muchas áreas de investigación que no se encuentran en otros museos de la región. Aunque museos como los de Chicago, Nueva York o París tienen grandes presupuestos, nosotros contamos con piezas únicas que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo. El Museo del Desierto ha logrado posicionarse como un referente en el estudio de la historia natural, la evolución de la vida y el desierto chihuahuense.

¿Cuáles son sus sueños para el museo?
Mi sueño para el museo es expandir su alcance, creando más museos temáticos, como el museo de la selva, el de los volcanes y el del mar. Estos nuevos espacios serían un puente entre la ciencia y la sociedad, donde tanto los empresarios como los científicos, los niños y los adultos, puedan entender y conectar con los ecosistemas que habitan. Queremos que las personas se enamoren de su entorno, comprendan la importancia de cuidarlo y vean cómo todo está interconectado. El museo se ha convertido en un lugar de conciencia, donde la gente aprende a valorar y a cuidar lo que tiene.

¿Cómo se puede generar científicos en este país?
En México, no tenemos suficientes científicos, y a los pocos que existen, no se les da el apoyo adecuado. Lo que necesitamos hacer es motivar a los niños y a los jóvenes, y vuelvo un poco a mi historia personal, porque yo soy un científico desde los seis años, al igual que muchos otros que trabajan aquí. Todos compartimos ese “gen” que nos impulsa a hacer algo que nos permita entender la vida, la naturaleza y la evolución.

Eso es lo que el Museo del Desierto quiere fomentar: que la gente se pregunte, ¿con qué vibras? ¿Con las puntas de flecha o con los huesos de los dinosaurios? ¿Con la tecnología o con los osos? Porque esos son conocimientos que no aprenderás en una escuela; los vivirás cuando mires a los ojos a un animal, veas un hueso o lo toques. Por eso, queremos que las personas participen activamente. Si un objeto no representa ningún riesgo, como las catedrales de amatista, el citrino o el tronco fósil de la era de los dinosaurios, queremos que la gente sepa que está tocando un meteorito, una roca que no ha cambiado en 4 mil millones de años.

 

¿Qué es lo que más disfruta del Museo del Desierto?
Lo que más disfruto es ver cómo los niños y jóvenes que vinieron al museo hace 20 años ahora regresan con sus propios hijos. Es emocionante ver que el museo ha dejado una huella en ellos, que ha despertado su curiosidad y que ahora desean compartirlo con las siguientes generaciones.

¿En el tema profesional cuál ha sido el momento más feliz?
Como explorador, arqueólogo, paleontólogo y biólogo, uno de los momentos más felices fue descubrir unas huellas en Cuatrociénegas. Es una felicidad extraordinaria. También, descubrir humanos a 30 metros de profundidad bajo el agua es una sensación que no puedo describir. Creo que no somos nosotros quienes descubrimos las cosas, sino que las cosas se dan a conocer a través de nosotros. Algunos fósiles de dinosaurios y otros hallazgos que he hecho me llenan de satisfacción. Pero, sin duda, lo que más me gusta es ver un museo lleno de personas, porque es allí donde estamos construyendo conciencia, que es el último eslabón que debemos alcanzar. El conocimiento y la educación son sumamente valiosos, porque de esa manera se forma la conciencia, y la conciencia es el alimento del amor. Es difícil que haya amor si no existe conciencia, si no sabes a quién amar ni qué necesidades tiene algo para que lo cuides amorosamente. Y esa conciencia solo se obtiene a través de la ciencia.

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