El Acuerdo Climático de París de 2015, lejos de ser una "maldición" para países como Estados Unidos, busca ser un marco colaborativo para frenar el calentamiento global, con el objetivo de mantener el aumento de temperatura global por debajo de 1.5 grados Celsius respecto a los niveles preindustriales, priorizando la reducción de emisiones provenientes de combustibles fósiles.
Aunque no es obligatorio, los países deben presentar planes quinquenales para reducir sus emisiones y, en teoría, deben hacerlos cada vez más ambiciosos. Si bien los compromisos varían entre países y no hay sanciones directas por no cumplir, se prevé que los países más desarrollados, como Estados Unidos, ayuden a financiar la transición energética en los países más pobres, comprometiéndose a aportar 300 mil millones de dólares anuales.
Estados Unidos, que históricamente ha sido uno de los principales emisores de gases de efecto invernadero, se retiró temporalmente del acuerdo durante la administración Trump, pero fue reincorporado por Joe Biden. Su salida, aunque simbólica, dañó la credibilidad de Estados Unidos en las negociaciones internacionales, al tiempo que otros países como China comenzaron a liderar el sector de energías renovables.
Aunque el Acuerdo de París ha sido eficaz para reducir las proyecciones de calentamiento global, con la temperatura actual en 1.3 grados por encima de los niveles preindustriales, los expertos coinciden en que las medidas aún son insuficientes para evitar el impacto de eventos climáticos extremos, como sequías, huracanes o incendios forestales. Sin embargo, algunos afirman que, aunque el acuerdo no ha sido perfecto, ha contribuido a frenar el calentamiento global más de lo que habría ocurrido sin él.