Vera y San Cristóbal
Tras su paso por esas comunidades, fue asignado como coadjutor del obispo de San Cristóbal de las Casas
David Guillén Patiño / El Tiempo MonclovaVera López habría de alejarse de esa pretensión, luego de percatarse de que “Don Samuel había encontrado a los indígenas esclavizados en las fincas cafetaleras”.
Saltillo, Coahuila, MÁS. - ¿Cómo llega a la diócesis de Saltillo fray Raúl Vera?
Él mismo responde: “Al entrar a esta etapa, llego con una experiencia muy rica; para empezar, es eso”.
“Yo estuve en tres diócesis, una de las cuales (la de Ciudad Altamirano, Guerrero) encontré bastante desmembrada, bastante desarticulada”.
Nueve de las parroquias que pastoreó se ubican en el Estado de México, y dos en Michoacán: la de Huetamo y de San Lucas.
Tras su paso por esas comunidades, fue asignado como coadjutor del obispo de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, Samuel Ruiz, con quien trabajó cuatro años.
“Yo era el sucesor de Don Samuel”, recuerda, pero los mismos que gestionaron su cambio, otorgándole a la postre todas las facultades que tenía el viejo obispo, le harían una proposición inimaginable.
“Aunque no me lo dijeron abiertamente –cuenta–, por la manera en que fui a dar ahí, era prácticamente anular el trabajo pastoral de Don Samuel, el cual consistió en liberar a los indígenas”.
Vera López habría de alejarse de esa pretensión, luego de percatarse de que “Don Samuel había encontrado a los indígenas esclavizados en las fincas cafetaleras”.
En vista de esto, Ruiz García se dio a la tarea de visitar las fincas, yendo directamente a las casas de los indígenas.
“Empezó a formar a los indígenas dentro de la fe y hacerlos sujetos constructores de la diócesis, constructores de su sociedad”.
Así, el jerarca “hizo un equipo, una pedagogía estupenda, para la evangelización de los pobres que él, junto con los demás obispos latinoamericanos, participó, desde su juventud, como a los 35 años, y le tocó participar en todo el Concilio Vaticano II”.
“¡Era un hombre con una capacidad impresionante!”, da cuenta fray José Raúl Vera.
“Fue a hacer una especialidad en Sagradas Escrituras, para aprender lenguas muertas y vivas, pero primero estudió teología en Roma.
“Querían dejarlo en el Instituto Bíblico de Roma, que depende de la Santa Sede, pero terminó siendo maestro del seminario. Después de eso, lo llamaron para ser obispo en San Cristóbal de las Casas.
“En un santiamén aprendió las cuatro modalidades del maya en su diócesis.
Haciendo énfasis en la admiración hacia Samuel Ruiz, quien le significó toda una institución, sigue contando que, además, participó como ponente en el concilio del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño.
Así fue como los obispos integrantes, para aplicar el concilio en América Latina, hicieron una asamblea general del episcopado latinoamericano.
Ahí decidieron hacer la opción preferencial por los pobres, bajo el pensamiento de que “vivimos en un mundo de pobres y no estamos haciendo nada por ellos, solamente estamos evangelizando a los que tienen cierta posición y a los que acuden a las iglesias”.
En 1998, Ruiz García, en asamblea diocesana, puso en práctica dichos acuerdos, señalando: “Vamos a hacer la opción por los pobres, pero aquí los pobres son los indígenas”.
Tanto a laicos como a religiosos, les dijo: “el que quiera trabajar de manera prioritaria por los pobres, quédese, y el que no quiera, váyase”. A partir de ahí habría de construir “una diócesis hermosa”, en palabras de Don Raúl.
Fue una escuela, “yo aspiraba a tener muchas de las capacidades que tenía Don Samuel”.
“Veía yo la necesidad de combatir las injusticias en el estado de Guerrero, donde “había muchas violaciones a los derechos humanos y mucha violencia”, comenta.
“No pude hacer un centro de derechos humanos, pues en Altamirano, los mataban a quienes defendían la justicia”.
“El simple hecho –explica– de presentar una denuncia de un crimen o de un robo ya era, civilmente, no de manera oficial, saber que te podían matar”.
Narra que en una ocasión interpuso una demanda contra una persona que pretendía apoderarse de un terreno de la diócesis, pero no prosperó, debido a que el abogado contratado para recuperar la propiedad prefirió huir, muerto de miedo.
En la anterior diócesis todavía opera el proyecto encaminado a velar por el bienestar de las clases marginadas, incluso en Saltillo sigue vigente.
Preguntado sobre cómo ha podido asimilar los cambios tan drásticos que implica trasladarse de una diócesis a otra, contesta:
“Yo nunca he añorado tiempos pasados, siempre acepto lo que se me entrega, lo empiezo a querer y continúo con mi trabajo. No, nunca, ni cuando me pasaron a Altamirano o a San Cristóbal, que era una diócesis hermosa.
“Siempre he tratado de hacer lo mejor a donde voy. Hago las cosas con base en la realidad, por ejemplo, en Ciudad Altamirano, hice un diagnóstico de la situación, echando mano de una participación representativa; lo mismo hice aquí”.
Tiene por regla, “conocer bien y después trabajar con la participación de los agentes pastorales y de todos los miembros de la diócesis”.
“El programa pastoral que yo aprendí, ´Un Mundo Mejor´, es un proyecto que se lleva en muchas diócesis del mundo, es un concepto internacional.
“Además, yo tengo mente de ingeniero, tengo que producir a través del trabajo de evangelización que primero cambie a la gente”.
Esta evangelización también debe servir para “enfrentar los retos” que existen en el entorno inmediato.
“Aquí, Don Francisco Villalobos –recuerda, sin entrar en detalles– me dijo que no lo habían dejado poner en marcha un proyecto pastoral como él hubiera querido”.
“Esto me lo dijo la vez que me aceptaron el proyecto que yo les presenté aquí, pero ¡tardé tres años para convencerlos!, dos años completos y, al tercero, se realizó este proyecto orgánico”.
Esto es lo que en este momento el papa Francisco está pidiendo a todas las diócesis, a las que además les solicitó que toda la iglesia participe con una mentalidad sinodal, concluye, visiblemente entusiasmado, el obispo emérito.
A petición del entrevistador, fray Vera López comenta acerca de los principales reconocimientos que ha recibido y que cuelgan, enmarcados, en la sala de su casa.
Entre las decenas de cuadros, destaca, al centro y en la parte superior de la colección, la fotografía en blanco y negro de un grupo de indígenas resistiéndose a la incursión de un grupo de soldados, sí, en algún lugar de la selva chiapaneca.
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