La Entrevista con Brandon Peña

"Si el llamado de Dios es grande, nada lo puede quitar". 

Desde temprana edad, Brandon de Jesús tomó la decisión más difícil de su corta vida: dejar su hogar y a su madre, con quien tenía un fuerte vínculo, para seguir el camino de Dios e ingresar al seminario.  En la actualidad, con 16 años de edad, nos cuenta cómo ha sido este camino al que fue llamado por el Creador y del que quiere ordenarse como Sacerdote.

¿Cómo decides ingresar al seminario?

"Ingresé al seminario a los 13 años de edad, cuando cursaba el segundo año de secundaria. Todo esto surgió desde que era pequeño, gracias principalmente a mi madre. Todo fue gracias a la vocación de mi familia y a mi madre, quien fue la que me inició, la que me dio esa chispa, y también gracias a mí mismo y, desde luego, gracias a Dios. Seguí creciendo con el gusto de acudir a la iglesia, de aprender de las vocaciones. Una de las cosas que me fascinaban en la misa era el sacerdote. 
Trataba de encontrar algo diferente en cada misa. La mayoría de la gente considera que la misa es rutinaria y hace que la vean como una costumbre sin chispa. Lo que me ayudó fue encontrar algo diferente, tal vez algo que el padre dijera que no fuera una rutina.
Mi vocación surgió gracias a mi mamá y a que yo intentaba sugerirme encender la chispa, más no apagarla. Muchas de las cosas que me han pasado son gracias a Dios. Muchas de las cosas que tengo nunca me las he merecido y siempre he dicho que no las merezco, porque todo es gracias a Dios. 
Él me lo ha dado y si él me lo ha dado, él me lo puede quitar, pero todo es gracias a él".

¿Tu hogar es en un lugar creyente?

"Sí, en mi hogar solo estaba con mi mamá, otros familiares son católicos, pero no lo practican. Si acaso, solo van a misa los domingos. Con mi mamá, como convivía mucho, ya que soy el menor de mis hermanos, acudía a misa todos los días, no solo los domingos. Eso me alentaba. Cuando era pequeño, una de las cosas que me alentaba era que la escuela en la que estudiaba estaba cerca de la parroquia. Cuando terminaban las clases, iba a la parroquia y cuando ella terminaba su jornada laboral, pasaba por mí a la parroquia, y eso me gustaba mucho. Mi mamá es la más católica de mi familia. Una de las cosas que siempre hacía era ser una mujer muy agradecida y muy misericordiosa. Una de las cosas que siempre hacía era visitar a alguien que necesitaba ayuda, ya sea familiar o vecino. Con el tiempo, le fui tomando cariño a esa práctica. Otra cosa que te puedo contar es que no tenía edad para ser acólito y era de mis grandes sueños poder servir. Hasta que por fin me dejaron y fue una gran alegría poder servir".

¿Cómo le das la noticia a tu mamá de que te aceptaron en el seminario?

"Te voy a contar una pequeña historia sobre eso. Cuando yo le comenté que quería ingresar al seminario, ella me dijo que adelante. Pensaba que no me aceptarían porque estaba pequeño, pensó que era demasiado joven. Cuando finalmente tuve la experiencia del preseminario y me dijeron que podría ingresar, mi mamá no estaba presente. Yo le di la noticia, pero le hice una broma por medio de una carta. Le dije que no me habían aceptado. Estuvo feliz porque pensó que no entraría, pero cuando leyó la carta, era todo lo contrario. Me dio un abrazo lleno de amor y cariño".

¿No consideras que eras un niño al ingresar al seminario a los 13 años?

"La verdad es que sí pensé mucho y le di muchas vueltas. Estaba muy apegado a mi mamá. Mis hermanos ya eran mayores y ya habían tomado su camino. Tuve que rezar y orar mucho para que Dios me diera la señal. Al final, tuve una visualización y pensé: si Dios me ha llamado, tengo que aceptar. Sé que es difícil el sacrificio de dejar a mi mamá y también fue difícil para ella dejarme. Tuvo que firmar una carta donde aceptaba dejarme ir. Pero como dije, si el llamado de Dios es muy grande, nada lo puede quitar ni las intenciones de Dios, y eso es lo que yo he elegido".

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