El Vasco ya empató el marcador: Aguirre 2-2 Honduras
Sobre el rostro, la sangre mana, y Javier Aguirre lo sabe. La imagen estigmatizó sempiternamente a la afición de Honduras. La ac
José Luis AdrianoPrimero: nada justifica el salvajismo de un hondureño, de uno, no de todo Honduras.
La escena es dantesca. Sobre el penacho de canas de sus casi 66 años, una mancha escarlata se extiende, emana, fluye sobre el parietal derecho de Javier Aguirre Onaindia Arraskaeta Landeta Goyado Alberdi Uriarte Garechana y Lanetarzúa.
Una lata que voló desde la tribuna con la puntería y violencia de un lanzador de Grandes Ligas, se estampó en la cabeza de El Vasco. Los Angeles Dodgers ya buscan a ese émulo de Shohei Ohtani.
Javier Aguirre se acercaba, en ese momento, en la noche de San Pedro Sula, en el ojo del huracán del Estadio Francisco Morazán, al técnico de Honduras, Reinaldo Rueda, para despedirse y felicitarlo por la victoria de 2-0 en la jornada en que César Montes y Guillermo Ochoa se vistieron con la Piel de Judas, como escribió Juan José Panno.
Sobre el rostro, la sangre mana, y para El Vasco es el maná. Y él lo sabe. La imagen estigmatizó sempiternamente a la afición de Honduras. La acuarela espeluznante daría la vuelta al mundo. El contraste del pelaje blanco, el borbotón bermellón, y esas facciones de duro, de rudo, de personaje oscuro de Los Soprano.
Sí: El Vasco 2-2 Honduras.
La herida es más escandalosa que grave. Cierto, el hecho, el acto, el vandalismo, es más grave que el escándalo mismo.
Javier Aguirre no permite que su cuerpo médico lo atienda. Por supuesto que no. Es el testimonio universal de la barbarie en las tribunas del Morazán. De un hondureño que se convierte en la universalidad del hondureño.
Y El Vasco camina rumbo al vestidor. Se aleja de Reinaldo Rueda, quien con el rostro contraído lamenta la agresión, e internamente, el técnico colombiano lo sabe: el partido, el 2-0, ya estaba empatado, y el Infierno de Toluca, sería eso, el coliseo de los luzbeles mexicanos, que seguramente no arrojarán latas, ni monedas, pero taladrarán segundo a segundo a sus jugadores.
Sí, esa lata, ese misil traicionero y cobarde, terminará por intimidar más a los jugadores hondureños que a los jugadores mexicanos.
Sí: Javier Aguirre, héroe y mártir en la noche luctuosa del futbol mexicano en San Pedro Sula. Una más. Pero, seguramente, culto, ávido de la buena lectura, el mismo Vasco no coincide con Mario Vargas Llosa quien escribió en El Sueño del Celta: “No tengo gran admiración por los mártires... Ni por los héroes. Esas gentes que se inmolan por la verdad o la justicia a menudo hacen más daño del que quieren remediar”.
Sí, Aguirre sabe que Vargas Llosa se equivocó. Porque en el fascinante, turbulento y exótico mundo de futbol, los héroes y mártires son capaces de empatar partidos y de ganar eliminatorias. Sí, El Vasco es el Cid Campeador que aún resuella perfectamente. Ha empatado el partido que perdieron sus jugadores.
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