Emerald Fennell hizo Saltburn para contar la historia de Oliver Quick (Barry Keoghan), un chico de primer ingreso en la Universidad de Oxford que conoce a Félix Catton (Jacob Elordi) en sus primeros días de escuela. Rápidamente, se obsesiona con él y, gracias “al destino”, logra entrar a su mundo, que le resulta incluso más impresionante.
Al principio, la trama se hace pasar por la típica historia de un joven pobre que fascina a otro rico por su ingenuidad y porque ama ver ese gesto de impresión en su rostro cada que le muestra algo de su realidad. Pero, poco a poco, Oliver va sacando todos los ases que tiene bajo la manga, demostrando así que de ingenuo no tiene nada.
El final de Saltburn explicado
En las últimas escenas, vemos que las trágicas muertes de los Catton no fueron naturales, sino parte del plan maestro del protagonista que armó en cuanto llegó a vivir a la opulenta residencia donde la familia pasaba cada verano, Saltburn, pues el suntuoso el estilo de vida inherente al lugar lo deslumbró y su nata determinación lo orillo a usar desde sus herramientas más intelectuales, hasta las más salvajes para adueñarse de la mansión. Por eso, la estética de la película está llena de referencias animales y escenas pasionales que desvelan la ambivalencia irónica del deseo desmedido por llegar al punto más alto de la riqueza material.
Justamente ese es el subtexto del final de la tercera película escrita y dirigida por la actriz inglesa. No se trata simplemente de ver otra prueba de cómo una dinastía puede ser carcomida por miembros de la clase media o baja a quienes toman por ingenuos cuando son mucho más inteligentes que ellos, como también ejemplifica Parasite.