En el 8M, pero de hace 100 años, se anunciaban las medias con bolsas para mujeres

En el 8M, pero de hace 100 años, se anunciaban las medias con bolsas para mujeres
Redacción / El Tiempo de Monclova

Este invento fue usado durante la prohibición del alcohol en Estados Unidos

Acabamos de concluir la intensa semana del 8MDía Internacional de la Mujer. En estos días, se reflexionó cómo ahora las planas de los principales medios no criminalizaban a las mujeres por protestar, algo que hasta hace unos años era impensable. 

Para hacer ver el abismal cambio que ha tenido el trato hacia la mujer, rescatamos este artículo que se publicó precisamente el 8 de marzo de 1923, donde se anuncia un nuevo invento: las medias con bolsas para mujeres.

El artefacto fue creado para que las mujeres guardaran su maquillaje, aunque en Estados Unidos -durante la prohibición del alcohol que duró hasta 1933- se usaba para contrabandear botellas de bebidas alcohólicas.

En aquel entonces, la declaración del Día Internacional de la Mujer estaba lejos de ser concebida (esto ocurrió en 1975) y el tono en el que fue escrito este artículo (publicado en El Universal Ilustrado) también estaría lejos de ser reprochado por la opinión pública. 

Con frases como “Hoy en día las mujeres cuidan de tener una bella cabecita y unas pantorrillas y pies bien calzados” y “la evolución francamente peligrosa de las mujeres”, entre muchas más, permiten dimensionar el paso de los años y los cambios que ha vivido la sociedad. 

Pequeñeces femeninas 

8 de marzo de 1923
Del sinnúmero de fotografías que nos han enviado esta semana la infatigable agencia Underwood and Underwood de Nueva York, me ha parecido interesante el desprender las que ilustran esta página, porque son, ni más ni menos, un grito de alarma por lo que respecta a la evolución francamente peligrosa de las mujeres del día.

De creer lo que nos dicen nuestros ingenuos vecinos, ya forman una pequeña legión las damas de los puertos americanos que han tenido la humorada de dedicarse al inocente negocio de contrabando de licores. Ya lo dice en su propio lugar el pie de uno de nuestros grabados.

La policía de San Francisco, Cal., acaba de darse cuenta de que una gran cantidad de alcohol que consumen los bebedores clandestinos de aquella enorme ciudad, es introducido subrepticiamente por señoras de bella apariencia- unas sí y otras no, naturalmente-, que llevan pequeños recipientes escondidos en las medias, llenos de whiskey o cualquier otro líquido parecido.

La policía de San Francisco, el azar quiso que una de aquellas impávidas señoras resbalara cuando menos se lo esperaba, precisamente delante de una guardia fiscal, habiendo caído de mala manera, como consecuencia de lo cual hubo que mostrar inevitablemente algunos interiores, entre otros el artículo de contrabando. Es posible que si uno de nosotros hubiera estado por allí cerca habría sido lo suficiente galante para fijarse en la exhibición que haría la dama de sus bellas y ocultas formas y con seguridad que si fuéramos agentes aduanal se nos había olvidado el referido carácter en el mismo punto e instante. Pero se trataba de flemáticos hijos de california, E. U. A., y les llamó la atención lo abultado de las medias de la señora que acababa de resbalar, así como lo complicado del arreglo que de ellas había hecho algún ingenioso fabricante de tan notable prenda femenina. 

Y se vino en cuenta de que se trataba de la introducción de licor. ¿Y para eso pagaba el Erario americano gruesas sumas distribuídas entre una legión de agentes aduanal y fiscales, con el fin de evitar que se burlara la sacrosanta prohibición alcohólica? El Alcalde de San Francisco debe de hacerles ver de manera contundente su profundo disgusto. En sus meras barbas las damas habían estado introduciendo alcoholes, lo cual constituía una infracción a las leyes vigentes y desde luego un escarnio a la policía regional.

No puedo menos que sentir piedad por ciertos contrasentidos que se presentan a veces, cuando el escrúpulo de conciencia es un tanto cuanto desarrollado. En este caso lo que ha sucedido es que los policías americanos, llevados de su respeto absolutos por el bello sexo, no se pusieron a pensar en la posibilidad policiaca de tentarles las piernas  a las señoras que entraban a los muelles de San Francisco, en previsión de que pudieran llevarlas rellenas de recipientes con alcoholes o de cualquiera otra cosa. Ahí tienen ustedes un caso de conflicto policiaco-moral. Fue necesario que una señora resolviera por sí sola a mostrar sus pantorrillas a los agentes para indicarles el camino.

Todo hace creer que la humanidad evoluciona. De esta suerte nada de extraño tiene que en tanto que las americanas se han fijado en las medias como una prenda que debe tener más de una finalidad práctica. Las inglesitas, según informes gráficos que nos remite la Underwood and Underwood, van por el mismo camino, como puede verse en esta misma página.

Las inglesitas han descubierto el bolsillito en la media. En él podrán llevar el tubito del rouge, el polvo, la borla y cosillas por el estilo. Lo notable del caso es la coincidencia que resulta de iniciarse tan simpática moda precisamente cuando los modistos están lanzando al mundo de nueva cuenta la falda larga. La noticia de las medias-estuches me ha llenado por lo mismo de satisfacción. Nuestras carísimas amigas, a pesar de la falda larga y de los modistos, seguirán enseñándonos sus bellas extremidades inferiores, Todo será cuestión de estar atentos al momento en que se pongan el rouge en los frescos labios o tengan necesidad de pasarse un poco de polvo por el rostro picaresco. Ya sabemos que esto lo hacen las señoras una vez por minuto. Por supuesto que habremos ganado una barbaridad con la evolución de la moda. Porque las mujeres -que son la esencia misma de la coquetería no se hubieran jamás conocido sin las mujeres-, ya aprenderán un modo divino de levantarse la falda para sacar la borla del polvo, acompañándolo de un “con permiso, señor”. Dicho con un acento musical y convincente. Cualquiera niega el permiso.

Si yo fuera poeta cantaría una oda a las medias. De paso creo que eso de las odas va pasando de moda, con todas las cosas fuertes. La oda lo es en punto a métrica y a sonoridad, a lo que infiero. Sería mucho mejor, a lo que pienso, dedicar a las medias una serie de sentidos madrigales. Verdaderamente, me veo en la penosa exigencia de afirmar que los poetas no tienen la menor iniciativa, la más pequeña originalidad o inventiva.

La media de una mujer viene a ser parte de su personalidad. Hoy en día las mujeres cuidan de tener una bella cabecita y unas pantorrillas y pies bien calzados. Los hombres miran hacia arriba y hacia abajo, muy rara vez enfrente. Una cara bonita y luego unas piernas bellas. Después en caso de que aquello esté bien, pasamos a los hombres, a las caderas y demás pormenores. Las medias, como el calzado, son partes integrantes de una mujer.

Recuerdo que cuando leí “saffo”, de Paul Bourget,-hace ya varios años-, hubo un detalle que me impresionó en virtud de su exactitud magistrado. La inesperada desilusión de un amante que ve llegar a la mujer que quiso un día y que dejó de ver por mucho tiempo, cuando ve que la pobre traía unas pobres botas con los tacones torcidos…

Lo dicho: en los tiempos que corren las medias y el calzado son parte integrante de la mujer. Ponedme sobre un tapete verde una serie de zapatillas y las medias correspondientes. Os diré cómo son sus dueñas. Hay un libro por ahí escrito por un doctor muy celebrado quien pretende haber coleccionado una serie de casos masculinos que llamaba “morbosos”. Se trata, por ejemplo, de un hombre enamorado de un pañuelo perfumado. No falta, naturalmente, el enamorado de unas medias de seda, finas como una tela de araña. Ambas cosas llevan el espíritu de sus dueñas, el efluvio de aquellos seres queridos y sutiles.

La media es una caricia tangible sobre una pierna de una mujer. La media burda es signo plebeyo. La media de seda es señal de voluptuosidad. Pudieran decirse muchas cosas sobre las medias de seda y las mujeres que gustan de su contacto suavísimo sobre su piel blanca y tersa. Pero todas aquellas cosas están más en su lugar que en esta crónica frívola, en las horas calladas y dulces en que se habla de amor a una mujer, cuando hay que saber usar el lenguaje de seda que pide una mujer que gasta medias de seda…  

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