Crítica de 'Llaman a la puerta', el misterio de Shyamalan
El cine de M. Night Shyamalan, incluso (creo) en sus películas menos afortunadas, es un acto de amor.
Un bello acto de amor en primer lugar hacia sus personajes, héroes a su pesar y villanos también a su pesar. Por mucho que parezca observarlos como hace Wen, la pequeña niña protagonista de 'Llaman a la puerta', con sus saltamontes encerrados en un frasco de cristal trasparente (ven el mundo pero no saben del mundo, exactamente igual que los habitantes de la comunidad de 'El bosque'), el autor de 'El sexto sentido' no es un frío entomólogo: es alguien que comparte el encierro y el drama de sus criaturas atrapadas. Un acto de amor, en segundo lugar, hacia el cine. Pocos directores quedan ya capaces de desplegar un lenguaje en apariencia tan sencillo para contar una historia tan brillantemente. Cada movimiento de cámara, cada encuadre, cada decisión de Shyamalan en lo que nos enseña y cómo, está en beneficio de lo que nos quiere explicar, todo con una elegancia y sutileza asombrosas. En 'Llaman a la puerta' saca oro de un espacio mínimo y cerrado con una majestuosidad que no es únicamente una figura de estilo (que también) sino que va anticipando todo aquello que sucederá después sin que en un primer momento caigamos en ello: la enfermera curando la herida a uno de los padres de Wen en una imagen que es la de un espejo (oval, cita a Edgar Allan Poe, claro) y ese mismo personaje reflejado más tarde en otro en lo que será un instante de él mismo en un futuro cercano.
Llaman a la puerta habla de amor más que de sacrificio (por amor) por mucho que este sea el macguffin del film y por mucho que Shyamalan homenajee, con fuego, a 'Sacrificio', el testamento de Andréi Tarkovski, que también hablaba del fin del mundo. Del amor de unos padres por su hija y del amor de cuatro heraldos de un posible apocalipsis por la humanidad misma. M. Night Shyamalan vuelve a acercarse a lo apocalíptico desde lo religioso ('Señales'), aunque no de una forma tan acertada, pero sobre todo desde ese hilo intangible e irrompible que nos ata hasta en la peor de las tormentas, el que llevaba de la mano a la familia de 'El incidente', acaso la película del director más incomprendida y a la que no tiene ningún reparo en tomar como referente para retratar la monstruosidad del caos.
Cuando la censura bienpensante del Hollywood de 1931 cortó de la copia final de El doctor Frankenstein al monstruo arrojando a la niña al río cual pétalo de flor consiguió una de las más bellas elipsis de la historia del cine. Llaman a la puerta comienza con el gigantesco Dave Bautista al lado de la niña deshojando una flor (imagen que es el leit motiv de los títulos de crédito finales), ambos comenzando un inofensivo juego que poco a poco va a ir adquiriendo un tono perturbador, que no terrorífico. Como la criatura del film de James Whale (las capuchas blancas que se ponen les dan el aspecto de esta), el cuarteto que irrumpe en la cabaña no es más que un grupo de seres arrojados al mundo y tomados por monstruos.
Para Shyamalan, la monstruosidad (el miedo) es el olvidarse del amor, sentir que ha sido devorado por la muerte, la intolerancia, la invasión alienígena, la asunción de poderes sobrehumanos, el fin del mundo o el paso del tiempo. 'Llaman a la puerta' ama a sus personajes y sus buenas y malas decisiones. Solo alguien que quiere a sus criaturas les dedica algunos de los off más preciosos que se recuerdan, en especial en el fantástico. M. Night Shyamalan derrocha amor, sabiduría cinematográfica y ese perdido ya arte de saber contar cuentos de miedo. No es casualidad que en esa cabaña haya una gran biblioteca repleta de libros (atentos a los títulos de los que se pueden ver mejor) y que quienes se enfrentan al apocalipsis en su interior aparezcan casi siempre con ese fondo literario a sus espaldas, como si fueran personajes de esas novelas y relatos que han cobrado vida merced al arte de la narrativa. No cerremos la puerta jamás a alguien así.
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