Revelan el testamento de Benedicto XVI: “Rueguen a Dios para que me acoja”

Revelan el testamento de Benedicto XVI: “Rueguen a Dios para que me acoja”
Redacción / El Tiempo de Monclova.

Tras la muerte de Joseph Ratzinger, el Vaticano publicó el documento, escrito el 29 de agosto de 2006

Este sábado, 31 de diciembre de 2022, falleció el papa emérito Benedicto XVI, tras presentar serios quebrantos de salud. Su delicado estado fue advertido por el papa Francisco durante la audiencia general del pasado miércoles.

“Pido una oración especial para el papa Benedicto XVI que en el silencio está sosteniendo la Iglesia y recordar que está muy enfermo y pidiendo al Señor que lo consuele y lo apoye en que este testimonio de amor a la Iglesia hasta el final”, dijo el papa Francisco.

Tres días después, el director del servicio de prensa de la santa sede, Matteo Bruni, anunció el fallecimiento del papa emérito.

“Con pesar doy a conocer que el Papa emérito Benedicto XVI ha fallecido hoy a las 9:34 horas, en el Monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano. Apenas sea posible se proporcionará mayor información”, señaló Bruni.

Tras la noticia, el Vaticano ha hecho público el testamento espiritual de Benedicto XVI, que redactó el 29 de agosto de 2006. A continuación, el texto completo.

"Cuando miro hacia atrás en esta última hora de mi vida a lo largo de las décadas que he caminado, primero veo cuántas razones tengo para estar agradecido. Doy gracias ante todo a Dios mismo, dador de todo bien, que me ha dado la vida y me ha guiado en varios momentos de confusión; siempre levantándome cada vez que empezaba a resbalar y siempre dándome de nuevo la luz de su rostro. Retrospectivamente, veo y comprendo que incluso los tramos oscuros y fatigosos de este camino fueron para mi salvación y que precisamente en ellos me guió bien.

Agradezco a mis padres, que me dieron la vida en un momento difícil y que, a costa de grandes sacrificios, con su amor prepararon para mí un hogar magnífico que, como una luz clara, ilumina todos mis días hasta el día de hoy. La fe lúcida de mi padre nos enseñó a creer, y como indicador siempre ha estado firme en medio de todas mis adquisiciones científicas; la profunda devoción y gran bondad de mi madre es un legado que nunca podré agradecer lo suficiente. Mi hermana me ha ayudado durante décadas desinteresadamente y con cariño; mi hermano, con la lucidez de sus juicios, su vigorosa resolución y serenidad de corazón, me ha abierto siempre el camino; sin su continuo preceder y compañía no habría podido encontrar el camino correcto.

Agradezco sinceramente a Dios por tantos amigos, hombres y mujeres, que siempre ha puesto a mi lado; para los colaboradores en todas las etapas de mi camino; por los maestros y alumnos que me ha dado. Los encomiendo todos agradecidos a su bondad. Y quiero agradecer al Señor por mi hermosa patria en las estribaciones de los Alpes Bávaros, en la que siempre he visto brillar el esplendor del Creador mismo. Agradezco a la gente de mi patria porque en ellos siempre he podido volver a experimentar la belleza de la fe. Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y por favor, queridos compatriotas: no se dejen distraer por su fe. Y finalmente doy gracias a Dios por toda la belleza que he podido experimentar en todas las etapas de mi camino, especialmente en Roma y en Italia, que se ha convertido en mi segunda patria.

A todos aquellos a los que he agraviado de alguna manera, les pido perdón sinceramente.

Lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que en la Iglesia se han confiado a mi servicio: ¡permaneced firmes en la fe! ¡No te confundas! A menudo parece que la ciencia -las ciencias naturales por un lado y la investigación histórica (en particular la exégesis de la Sagrada Escritura) por el otro- es capaz de ofrecer resultados irrefutables en contraste con la fe católica. He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde la antigüedad y he podido ver cómo, por el contrario, se han desvanecido las certezas aparentes contra la fe, resultando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas sólo aparentemente debidas a la ciencia; así como, además, es en el diálogo con las ciencias naturales que también la fe ha aprendido a comprender mejor el límite del alcance de sus afirmaciones, y por tanto su especificidad. Llevo sesenta años acompañando el camino de la teología, especialmente de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de distintas generaciones he visto derrumbarse tesis que parecían inquebrantables, resultando ser meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann etc.), la generación marxista. He visto y sigo viendo cómo la razonabilidad de la fe ha emergido y emerge nuevamente de la maraña de hipótesis. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.

Finalmente, humildemente pido: rueguen por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados y defectos, me acoja en las moradas eternas. A todos los que me han sido confiados, mi oración de corazón va día tras día”.

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