Lleno de contrastes y claroscuros, pero, sin duda, Hugo Chávez fue uno de los líderes políticos más relevantes de la primera década del siglo XXI. Nacido el 28 de julio de 1954 en Sabaneta, un modesto pueblo en el llanero y sureño estado de Barinas, destacó como líder de la Revolución Bolivariana en Venezuela. Hugo Rafael Chávez Frías impulsó cambios fundamentales en la Constitución de su país, resistió golpes de Estado y luchó a la par contra el cáncer. Describió sus políticas como “antiimperialistas”, decía de sí mismo que era marxista y resaltó como un duro adversario de la política exterior de Estados Unidos y el capitalismo liberal. Apoyó la cooperación en América del Sur y el Caribe, jugando un papel decisivo en la creación de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, el Banco del Sur y la red de televisión regional TeleSUR. Sus ideas, su estilo y sus propuestas están relacionadas con el bolivarianismo y el Socialismo del siglo XXI. Pero también, mientras Hugo Chávez estaba en el poder, su gobierno fue acusado de corrupción, de manejar la economía para objetivos personales, propaganda, compra de lealtad de oficiales del Ejército, la participación de funcionarios públicos en el tráfico ilegal de drogas, asistencia a terroristas, intimidación de los medios, y abusos de derechos humanos contra sus ciudadanos. El cáncer lo venció, pero permeó su herencia en su sucesor Nicolás Maduro; eso sí, con los mismos contrastes y muy marcados claroscuros. En 2017, cuatro años después de la muerte del arriba referido y en plena campaña rumbo a la Presidencia, el ahora Ejecutivo federal Andrés Manuel López Obrador, acusó comparaciones con Chávez, Nicolás Maduro y otros más, a los que dijo no haber conocido, agregando, desde Torreón, Coahuila, que lo señalaban de tener una gran fortuna, lo cual, afirmó, “tampoco es cierto”, pues “me dicen ‘Peje’ pero no soy lagarto”. Ahí y entre el tejido de su reiterativo poder al Ejército Mexicano, la creación de la Guardia Nacional, las múltiples acusaciones y señalamientos a los “neoliberales”, su denostación a los opositores, las reformas constitucionales e incluso su percepción denigrante de los medios con todo y el Quién es quién en las mentiras de la semana, nació y se alimentó la idea comparativa del morenista con el líder venezolano. Tal sentencia descalificadora contra AMLO se arraigó y se ahondó más en las voces que desde el otro extremo de la política vieron con preocupación las ideas económicas, sociales, de seguridad y de tintes populistas del presidente que, aun en tiempos de pandemia, parecen dibujarle, al momento, como un dictador que busca perpetuarse en el poder a como dé lugar y bajo un maquiavélico concepto del desprecio a los medios que eso implique. Sin embargo, aunque no desestimo las similitudes, no veo más que un discurso dogmático y ocioso en las mismas. Y esto no reside ni siquiera en la figura o actuar de AMLO, sino en el concepto que detrás de él se enarbola. Hace unos días, concluida la cobertura de una de sus mañaneras, un colega de la tinta me preguntó si volvería a votar por él, si la reelección fuese posible y, aunque el afán constitucionalista imperó, el argumento final fue que pese a su necio actuar, pocos de los de abajo disentimos con él. Chávez Frías llegó al poder para cambiar la historia, pero su propia historia lo cambió a él. AMLO se hizo de la Presidencia con la encomienda de cambiar el curso y es una realidad que no lo hará para 2024, pero su intención sí puede seguir andando y esto no se debe a él mismo, sino al hecho de que AMLO no es una persona, AMLO es ya un concepto, una base, una idea cimentada en México. Y a menos que fuerzas mayores ejecuten lo contrario, la persistencia y la obediencia a esa idea ya no depende de sí mismo sino del pueblo. Y el pueblo somos todos. ¿O usted qué opina?
