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Puente de Dios en Querétaro, como salido de un cuento

Puente de Dios en Querétaro, como salido de un cuento
El Universal / El Tiempo de Monclova
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La atracción natural permite que 56 guías locales tengan trabajo

Puente de Dios suena muy celestial, pero no por la acepción religiosa, sino por el paraíso natural que es. Contagia la paz de su propia naturaleza. Inmerso en la Sierra Gorda queretana, en el bosque del municipio de Pinal de Amoles, el lugar no es sacado de ningún cuento: es una realidad.

A poco más de dos horas desde la capital del estado, este paisaje natural se ubica a lo largo del Río Escanela y para llegar ahí hay que tomar la carretera 120 y hacer un descenso de cinco kilómetros hasta el río.
El camino de terracería acompañado de los vistosos paisajes adornan esta aventura natural, en la que mucha gente busca tener un contacto más íntimo con la naturaleza. Durante el descenso podemos ver casas y pequeñas chozas de familias que de alguna manera decidieron vivir en contacto con la Sierra Gorda.
Llegando, un grupo de jóvenes habitantes del lugar comienzan con las instrucciones; primero, dónde y cómo estacionar el vehículo, y después, a dónde dirigirse para iniciar el recorrido. Lo que les permite cobrar 70 pesos, por un espacio debajo de una sombra de árbol.
La atracción natural permite que 56 guías locales tengan trabajo, además de aquellos que con sus pequeños negocios obtienen ganancias durante los fines de semana vendiendo cervezas, agua, comida y ropa. Los guías han sido capacitados por la Secretaría de Turismo estatal, esporádicamente les da herramientas para trabajar.
Inicio del camino Rubí es una de las guías locales que fue asignada a un grupo de seis turistas que harán el recorrido hasta el Puente de Dios.
Antes de iniciar, rocía a los paseantes con el líquido para sanitizar, además de colocar el gel y verificar el uso del cubrebocas y las instrucciones precisas, una de ellas: tener cuidado con las plantas tóxicas que hay en el camino, “así como las ven de secas, así dejan la piel”.
Antes de iniciar el recorrido, cuenta que en la localidad también se trabaja en una mina de plata, misma que da empleo y permite que algunos vecinos vendan las rocas con el mineral. Poco antes del mediodía, el calor es fuerte, la humedad es densa y cada paso significa varias gotas de sudor, pero al adentrarse al bosque las grandes sombras de los álamos blancos que predominan en el camino cobijan la caminata.
Son árboles de más de 300 años, según comentan los guías, y son un tesoro para el lugar, porque gracias a ellos se mantiene el equilibrio del ecosistema. Los pasos se dan por pequeñas veredas que entre más adentran al bosque más interesantes son. Conviene concentrarse en el ambiente, sus sonidos naturales, el canto de las aves, el correr del agua.
En medio del bosque Luego de 15 minutos de caminata por una vereda de tierra, comienzan los cruces de las partes bajas del río, se hace por pequeños puentes de madera que apenas sobrepasan las rocas, por otros puntos no hay puentes y al mojarse se puede sentir en los pies lo fresco del agua.
Rubí explica que el agua baja de un manantial es agua pura, pero “estamos preocupados porque la hemos ido contaminando, no queremos que se ensucie, por eso siempre le pedimos a la gente que nos visita que tengan cuidado, que no maltraten el lugar, que lo cuiden.”
Dice que hace varios años se podían ver ajolotes en todo el camino, “hoy ya no, se han ido extinguiendo, hoy son pocos y se han mantenido en las partes más retiradas del río, a donde ya no llevamos a la gente”.
Por eso insiste en que no se maltrate el ecosistema, incluso, se han encontrado pintas en unas grutas expuestas y han tumbado parte de esas formaciones rocosas que se dan naturalmente.
Por otro lado, dice que se siente feliz por el lugar donde vive, “tenemos un lugar muy bonito, lo tenemos que cuidar mucho, nos hemos esforzado mucho para mantenerlo bien”.
El final
Pasan 40 minutos y, tras caminar en veredas, usar puentes para ir de un lado a otro del río y atravesar dos pequeñas cavernas, llegamos al final: Puente de Dios. Sus regaderas son grandes, el sonido de la caída del agua inunda el lugar combinado con el canto de las aves.
Hay caras de asombro al ver este tesoro natural. No se permite ir más arriba, donde está el nacimiento del río, a los manantiales, y es que si la gente llegara hasta ese punto, quizá este paraíso dejaría de existir.
El lugar es una zona natural protegida, las pozas reciben el agua cristalina de los manantiales que dan origen a este atractivo natural adornado con las estalactitas que se han formado desde hace miles de años.
Cada visitante se toma unos minutos para contemplar el paisaje, refrescarse bebiendo del agua y tomarse fotos.
Hay quienes esperan que la suerte les favorezca para poder ver jaguares o guacamayas. No queda otra que regresar por el mismo camino. Se quedan ahí las ganas de vivir en ese cuadro natural y de regresar en una próxima ocasión.

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