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comparte facebook comparte X comparte WhatsApp comparte Telegram Manuel E. Duran Flores.

La existencia como posibilidad.

El existencialismo es una corriente filosófica que tuvo lugar a lo largo del siglo XX, gracias a la obra de pensadores como Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre o Albert Camus. Sus orígenes más inmediatos se hallan en la obra del pensador danés Sören Kierkegaard, además de en algunos aspectos del pensamiento de Blaise Pascal. Se trata, en definitiva, del estudio de la existencia, entendida ésta como la base de la realidad y de la vida.

Además, la existencia es uno de los conceptos elementales de la filosofía. Sus significados son variados y complejos, aunque cabe destacar el ontológico y el existencialista.

Desde esta perspectiva, ser quiere decir que se es de una manera determinada y de hecho. Esto es: decir que una cosa existe es lo mismo que decir que es real, que se da de hecho, que se encuentra en el mundo del ser, de lo que es. Según esta forma de entender la existencia, tan propia de la tradición filosófica clásica y moderna, se dice que una silla existe porque se da de hecho. Es un objeto que se encuentra en la realidad, en la que se puede pensar. Esta concepción es la más cercana al sentido común y científico del término, aunque los matemáticos y los físicos suelen añadir a esta idea la de no contradicción. Es decir: el que una cosa exista no quiere decir únicamente que sea real, sino que además no es contradictoria con otras ideas existentes en la realidad.

La existencia desde el punto de vista existencialista

Sin embargo, la caracterización de la existencia que ha tenido más éxito en la filosofía contemporánea ha sido la que han llevado a cabo los pensadores existencialistas, para los que el concepto ha servido para crear una nueva manera de entender al hombre y su mundo. Los existencialistas partieron del pensamiento de Sören Kierkegaard para establecer la existencia como lo propiamente humano. Esta idea parte de la convicción de que el hecho de existir en el mundo no se agota en la razón. La razón, por naturaleza, es una facultad que generaliza, que hace que las diferencias se terminen integrando dentro de principios y verdades universales.

A la razón no le interesa tanto un hombre concreto, con nombre y apellidos, como el hombre en general o la humanidad. La existencia, por el contrario, es individual, incide en el carácter único de cada persona. De esta subjetividad radical se deriva la manera de ser del hombre en el mundo, que es arrojado a él, que sólo puede contar con su propia existencia sin ninguna clase de sentido, esencia o instrucciones que le digan cómo debe actuar, cómo debe ser.

Por otro lado, la existencia está constituida por las relaciones que el hombre establece tanto consigo mismo como con los demás. El ser humano no es un sujeto puro, tal y como solían entender los pensadores racionalistas; por el contrario, es un hombre concreto que nace en un mundo ya hecho, que posee su propia lógica, que está lleno de instituciones, personas, ideas, iglesias y economías; es un ser que existe-ahí. Con la idea de existencia se afirma que ser en el mundo, que vivir, es caer de repente en esa trama de circunstancias y relaciones, que terminan determinando la existencia.

La existencia como posibilidad

La existencia es también posibilidad. Esto es así porque a medida que se va viviendo no se poseen unas nociones claras acerca de qué va a suceder, acerca de qué es lo que se debe hacer. El hombre debe proyectarse a sí mismo en el futuro e imaginar qué vía de acción es la más apropiada para su forma de ser. La existencia aparece como un gran abanico de posibilidades entre las que hay que ir eligiendo a medida que se vive; y no existe ninguna esencia, ninguna clase de ley absoluta que diga qué posibilidades son las adecuadas. Así entendido, el ser humano encuentra su identidad en la libertad más absoluta para definir qué es su vida a través de la acción y la elección. Para pensadores existencialistas como Jean-Paul Sartre, el hombre no es nada en principio; sólo empieza a ser cuando actúa, cuando se apropia de su vida. En consecuencia, el hombre vale lo que valen sus acciones, y detrás de cada uno de los movimientos de su existencia existe una realidad moral fundamental.

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