— Redacción El Tiempo 01/09/2025
¿Y si la amabilidad fuera mucho más que un simple gesto social? La neurociencia sugiere que ser amable no solo mejora las relaciones interpersonales, sino que también protege la salud y puede alargar la vida.
Jonathan Benito, investigador y autor de El poder de la amabilidad, explica cómo este comportamiento ha sido crucial para la supervivencia humana y cómo sigue influyendo en nuestro bienestar hoy en día.
Un valor clave en la evolución
La historia evolutiva muestra que la cooperación y la amabilidad han sido determinantes para la supervivencia de diversas especies. Benito menciona a los lobos que, al mostrar conductas menos agresivas, fueron aceptados por los primeros humanos, dando lugar al perro doméstico.
Hace unos 46,000 años, los Homo sapiens lograron prosperar frente a los neandertales —más fuertes y adaptados al frío— gracias a la cooperación entre distintos grupos, mientras los neandertales solo colaboraban dentro de sus comunidades, lo que resultó estratégico para sobrevivir.
Amabilidad no es debilidad
Contrario a lo que algunos piensan, ser amable no significa sumisión. Benito aclara que implica autocontrol, empatía y firmeza: una persona prosocial toma decisiones difíciles y establece límites con asertividad, sin caer en la agresividad.
Este comportamiento está estrechamente ligado a la inteligencia emocional, que incluye gestionar impulsos, mantener la calma ante conflictos y conservar la dignidad en el trato, incluso bajo presión.
Beneficios para la salud y la longevidad
Estudios muestran que las personas prosociales presentan menores niveles de cortisol y fibrinógeno, marcadores de estrés y enfermedades cardiovasculares. Además, estas conductas reducen el riesgo de infartos o ictus y fortalecen la salud emocional al disminuir ansiedad y depresión.
Quienes practican la amabilidad también construyen redes sociales más sólidas, experimentan mayor bienestar subjetivo y, en promedio, viven más tiempo.
Inteligencia social y relaciones
La amabilidad está vinculada con la inteligencia social, que permite entender y manejar relaciones humanas de manera efectiva. Neurobiológicamente, involucra áreas como la amígdala y la corteza prefrontal, esenciales para regular emociones y tomar decisiones.
En el ámbito personal, mejora vínculos afectivos y reduce conflictos; en el profesional, favorece entornos de confianza y cohesión en equipos de trabajo.
Amabilidad en pareja
En lo íntimo, la gratitud activa el sistema de recompensa cerebral y fortalece los lazos afectivos, mientras que la escucha activa potencia la empatía. El autocontrol permite responder sin agresividad en momentos de tensión, preservando la relación. Benito señala que el entrenamiento emocional ayuda a que las parejas sean amables incluso en conflictos.
La amabilidad se puede entrenar
Lejos de ser solo un rasgo innato, la amabilidad puede cultivarse. La práctica repetida de actos prosociales fortalece nuevas conexiones neuronales, haciendo que estos comportamientos se vuelvan más naturales con el tiempo.
“Ser amable aunque no lo sintamos de inmediato no es hipocresía, sino madurez emocional y evolución personal”, concluye Benito. La neurociencia confirma que elegir conscientemente la amabilidad transforma tanto nuestro cerebro como nuestras relaciones.
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