Una historia real que un periodista le siguió huella por varios años a su 'modus operandi' hasta que fue detenido y diagnosticado con síndrome Stendhal.
Michael Finkel, periodista norteamericano que nació en 1969, ha realizado y publicado su extraordinaria investigación de una historia real de personajes que aún viven. El trabajo completo está plasmado en la obra denominada: “El Ladrón de Arte; una historia real de obsesión y crímenes por amor a la belleza”. Madrid, Taurus|Random House, 2024.
Finkel se llevó 10 años rastreando los robos de Stephane Breitwieser, quien se apoyaba en Anne Catherine Kleinklaus, para cometer sus delitos. Para él, no se trataba de robos de piezas de arte, sino de coleccionar mediante un método poco ortodoxo de “adquisición para liberar el arte”.
Preferencia. Sus piezas favoritas consistían en obras de arte antiguas, principalmente de los siglos XIII, XIV, XV, XVI y XVII, como pinturas, estatuillas, esculturas pequeñas, pistolas, espadas, artículos religiosos, vasijas, monedas. Con el fin de tener una idea aproximada del valor de lo que se robó, se estima que las piezas llegaban a alcanzar un valor de 1400 millones de dólares.
Breitwieser recorría museos, galerías y casas de subastas públicas y privadas para cometer sus robos. Minimizaba el peligro de los guardias, cámaras de vigilancia, rondines de la policía e investigadores especializados para evitar los robos.
No le preocupaba el riesgo que conllevaba el robo. Se trataba de una necesidad adictiva por fijarse retos, sin tomar en cuenta las advertencias de Anne-Catherine, su novia, que lo acompañaba a la mayoría de los asaltos, y cuyo rol consistía en distraer a los guardias. Sin embargo, durante los juicios penales negó su participación.
Además de la cantidad de piezas sustraídas ilegalmente y el valor de las mismas, lo sorprendente es que el autor no las quería para comercializarlas, sino para admirarlas cuando él quisiese. Así las conservaba en su recámara para observarlas día y noche. Breitwieser no trabajaba y cuando lo hacía, duraba uno o dos meses en sus empleos. Su madre, Mireille Stengel, lo mantenía y lo alojaba en su casa de dos pisos, donde le había designado la recámara del segundo piso, al que nunca subía.
Tras sus huellas. En varias ocasiones, Breitwieser fue detenido y mediante penas económicas menores y escasos días en cárceles, lograba la libertad condicional. Con todo y que fue reincidente, sus penas eran mínimas porque influía que no había dañado las obras ni las utilizaba con fines de lucro.
Cuando al final lo descubrieron, tampoco le pudieron comprobar mayor daño porque su madre se había adelantado y había destruido algunas obras, y otras las había arrojado a un río y pudieron recuperarlas.
Durante el juicio, el tribunal se apoyó en varios psiquiatras y psicólogos, quienes diagnosticaron el Síndrome de Stendhal, para el cual está probado que no hay cura, aunque se puede tratar. En otras palabras, tal síndrome no está totalmente aceptado. Se le considera como un trastorno psiquiátrico en el cual el paciente padece palpitaciones, alucinaciones y hasta confusiones ante la belleza de obras de arte, que usualmente suceden en museos o centros culturales, incluyendo ciudades completas como Florencia o Atenas.
Para la ligereza de las sentencias impuestas, mucho influyó que todos los robos perpetrados se ejecutaron sin armas ni violencia.
Pensamiento. Para Breitwieser, los museos sólo son prisiones en las que las obras de arte se encuentran recluidas. Y, en ese sentido, él se dedica a liberarlas. Nunca robó por dinero, sólo lo impulsaba la belleza de las piezas para contemplarlas en su habitación.
La obra tiene un estilo periodístico ágil, interesante, documentado, con algunas pocas ilustraciones de piezas que fueron parte de las sustracciones. La descripción de los hechos está realizada de una manera en la que el final es inimaginable.
El libro es altamente recomendable. No es una obra literaria, pero se trata de un reportaje ameno para un fin de semana.
Singular. Ha habido muchos ladrones de arte a lo largo de la historia, pero ninguno como Stephane Breitwieser, él nunca robó por dinero sino que sustraía sólo aquellos objetos que lo embelesaban y exponía esos objetos en un par de habitaciones secretas de su casa donde podía admirarlos a su antojo.
El ladrón tenía, además de una sensibilidad artística, una habilidad innata para burlar casi cualquier sistema de seguridad, y logró perpetrar un número asombroso de robos a plena luz del día, sin armas ni amenazas, mientras su novia distraía a los guardias de seguridad.
Pero ese talento iba unido a un creciente desprecio por el riesgo y una necesidad adictiva por fijarse nuevos retos, ignorando las súplicas de su novia para que dejara de hacerlo, hasta que un último acto de arrogancia acabó con todo.
A lo largo de casi ocho años, Breitwieser recorrió museos y catedrales de toda Europa, donde robó más de 300 objetos, entre ellos, cuadros de Pieter Brueghel el Joven, Antoine Watteau o Francois Boucher, y llegó a acumular más de mil 400 millones de dólares en piezas de coleccionismo de primer nivel.
En El Ladrón de Arte, un auténtico rompecabezas con giros que resultan casi increíbles, Michael Finkel explora con brillantez la emoción de los golpes que llevó a Breitwieser a seguir adelante y narra de manera genial la historia de este ávido coleccionista.