Hambre emocional: cuando el estrés y las emociones dictan lo que comemos

Las presiones de la vida moderna y las actividades cotidianas pueden incrementar considerablemente el estrés y otras emociones, lo que a su vez podría dar lugar al hambre emocional, ya que muchas personas tienden a buscar consuelo en la comida ante estas fluctuaciones emocionales.

Este comportamiento actúa como una solución temporal que, aunque puede ser placentera en el momento, puede conducir a hábitos poco saludables a largo plazo. El hambre emocional, aunque no es un concepto nuevo, necesita un enfoque más profundo y especializado para su comprensión y tratamiento.

Este tipo de hambre se presenta cuando comemos de manera impulsiva en respuesta a emociones negativas como el estrés, la tristeza, la ira, el miedo, la soledad o el aburrimiento, en lugar de por una verdadera necesidad fisiológica de alimento.

Héctor Esquivias, psiquiatra e investigador en la Clínica de Obesidad y Control de Peso del Hospital General Dr. Manuel Gea González, señala que esta conducta está relacionada con áreas del cerebro asociadas al placer y la recompensa, y no es simplemente una cuestión de falta de autocontrol, como muchos pacientes piensan.

¿Por qué comemos cuando nos sentimos mal? “Muchas personas se sienten culpables por no poder controlar lo que comen. Sin embargo, hay factores biológicos que impulsan esa ingesta de alimentos, y comprender esto puede ser liberador”, afirma Esquivias. Las emociones negativas activan en nuestro cerebro un circuito dopaminérgico conocido como la vía mesolímbica, que se activa durante momentos placenteros.

Este sistema está relacionado con las adicciones, generando una compulsión hacia la comida que explica por qué muchas personas tienen dificultades para resistir los antojos en situaciones de estrés o ansiedad.

El hambre emocional es uno de los cuatro fenotipos de la obesidad, según un estudio de la Clínica Mayo. Aparte de aquellos que presentan un apetito constante o no queman suficientes calorías, algunas personas desarrollan obesidad como una respuesta directa al malestar emocional.

Para estos casos, es necesario un tratamiento ajustado al fenotipo específico, combinando intervenciones médicas y psicológicas para mejorar los resultados. Esquivias menciona que medicamentos como la Naltrexona y el Bupropión, utilizados para tratar adicciones y depresión, pueden ser eficaces para quienes sufren de hambre emocional.

El impacto de los factores genéticos y psicosociales El origen de esta conducta no es solo emocional. Existen factores genéticos que afectan la sensibilidad de las personas a las recompensas, lo que las hace más propensas a comportamientos adictivos, como el juego patológico o la ingesta excesiva de alimentos. Estos polimorfismos genéticos, en conjunto con entornos psicosociales que asocian la comida con la comodidad o las celebraciones, refuerzan esta respuesta emocional hacia los alimentos.

Esquivias también menciona la “conciencia interoceptiva deficiente”, en la que las personas confunden el malestar físico con hambre, lo que les lleva a comer cuando realmente no lo necesitan. Estos factores genéticos y ambientales se entrelazan, aumentando el riesgo de desarrollar comportamientos de alimentación emocional.

Nuevas guías y un cambio de paradigma en el tratamiento de la obesidad Afortunadamente, el enfoque para tratar la obesidad y el hambre emocional está evolucionando. Las nuevas guías mexicanas para el tratamiento del sobrepeso y la obesidad, publicadas recientemente en Current Obesity Reports, enfatizan la relevancia de la psicoterapia como un pilar en el manejo de estos casos. “Ya no se busca un 'peso ideal', sino un peso saludable que permita a los pacientes sentirse emocionalmente satisfechos y con menos comorbilidades”, explica Esquivias.

Consejos para controlar el hambre emocional

Si crees que tu relación con la comida está más influenciada por tus emociones que por una verdadera necesidad física, aquí hay algunos pasos que puedes seguir para retomar el control:

  • Lleva un diario alimentario en el que registres lo que comes, cuándo lo haces y cómo te sientes en ese momento. Esto puede ayudarte a identificar patrones de comportamiento.
  • Practica técnicas de manejo del estrés, como el yoga o la meditación.
  • Evalúa si tu hambre es física o emocional. Si has comido recientemente y no sientes señales físicas de hambre, intenta distraerte hasta que el antojo se disipe.
  • Busca apoyo en tu círculo cercano o en grupos de ayuda para obtener el respaldo necesario.

Reconocer el problema es fundamental y, sobre todo, es importante ser compasivo contigo mismo durante el proceso de cambio.

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