Aunque aún queda mucho por descubrir sobre el bostezo, lo que sabemos hasta ahora lo convierte en un proceso fascinante
El acto de bostezar es un fenómeno tan común como intrigante. Desde una perspectiva biológica, este comportamiento involuntario no solo lo experimentan los humanos, sino también diversos animales como mamíferos, aves y reptiles. Sin embargo, pese a su cotidianidad, las razones exactas detrás de por qué bostezamos siguen generando debates en la comunidad científica, y han dado lugar a varios mitos.
Una de las primeras teorías que se solía asociar con el bostezo es la idea de que lo hacemos para oxigenar el cerebro. Se creía que, al abrir la boca y tomar una bocanada de aire más profunda de lo habitual, se aumentaba el suministro de oxígeno, mejorando así nuestra actividad cerebral. Sin embargo, esta hipótesis fue refutada hace más de tres décadas. Diversos estudios publicados en la revista Medical Hypotheses demostraron que el hecho de inhalar niveles elevados de oxígeno o de dióxido de carbono no influía en el número de bostezos, lo que eliminó esta explicación tradicional como la causa principal.
Entonces, si no es para oxigenar el cerebro, ¿qué función cumple realmente el bostezo? Una de las teorías más aceptadas actualmente sostiene que el bostezo es una especie de mecanismo de refrigeración cerebral. Al bostezar, provocamos un flujo mayor de sangre hacia el rostro y el cuello, lo que permite enfriar el cerebro y mantener su temperatura bajo control. Este proceso es especialmente útil en momentos en los que el cerebro se calienta, como cuando estamos cansados, estresados o después de períodos de actividad mental intensa.
Un aspecto curioso es que los bostezos también son altamente contagiosos. ¿Quién no ha comenzado a bostezar después de ver a alguien hacerlo o simplemente al leer sobre ello? Esta imitación automática se denomina ecofenómeno y se cree que está relacionada con las neuronas espejo, que nos ayudan a reproducir acciones que observamos en los demás. A pesar de que muchas personas lo asocian con la empatía, la ciencia aún no ha logrado determinar si realmente hay un vínculo emocional o si responde a otros factores neurológicos.
Otro mito que ha sido desacreditado es la idea de que bostezamos más cuando estamos aburridos. En realidad, este comportamiento tiene más que ver con la necesidad de mantener la atención y evitar el sueño, lo que explica por qué bostezamos tanto en la noche, cuando el cerebro está en su temperatura más alta, y al despertar, cuando comienza a aumentar nuevamente. De hecho, bostezar parece ser una forma natural de ahuyentar el sueño al refrescar el cerebro, ayudándonos a mantener la concentración.
Lo más interesante es que bostezamos más en invierno que en verano. Un estudio realizado en Tucson, Arizona, descubrió que los bostezos contagiosos disminuían en condiciones de calor extremo. Esto se debe a que el bostezo, diseñado para enfriar el cerebro, se vuelve menos efectivo cuando la temperatura ambiente ya es alta, por lo que el cuerpo tiende a inhibir este reflejo para evitar que cause el efecto contrario.