Actualmente es conocida como la Cueva de la Virgen.
En la Región Centro de Coahuila, a un lado del ejido Las Flores, existe una cueva perdida entre los pliegues del Cariño de la Montaña. Conocida por algunos como la Cueva de las Brujas, y por otros como la Cueva de la Virgen, esta caverna ha sido testigo de oscuros relatos que han sacudido a los habitantes del municipio de Nadadores durante generaciones.
Las noches en este lugar siempre han tenido una atmósfera densa, cargada de misterio y temor. Cuentan los más viejos del pueblo que, en tiempos lejanos, un grupo de mujeres salió de aquellas cuevas bajo la luz de la luna llena. Estas mujeres, que pronto fueron llamadas brujas, recorrían los carrizales cercanos en busca de víctimas para sus malvados hechizos. Los más supersticiosos aseguraban escuchar sus risas entrecortadas, que resonaban como ecos macabros entre las montañas.
Leyenda. Mario Berlanga, un habitante de Nadadores, narró a Crónicas de Mi Barrio del periodista Daniel Muñoz que su abuelo les contaba que con frecuencia se podía ver una luz espectral saliendo de las entrañas de la cueva en ciertas noches. Los campesinos, aterrados, se persignaban y huían al verla, temerosos de que las brujas los atraparan. Estas hechiceras, según se decía, secuestraban a niños y ancianos, extrayendo su sangre para sus rituales prohibidos. Cada desaparición, cada inundación del río Nadadores y cada cosecha perdida era atribuida a su oscuro poder.
Pese al terror que estas historias generaban, nunca hubo quien tuviera el valor suficiente para enfrentarlas, hasta que apareció un joven chivero, conocido por su bravura y desdén hacia las supersticiones locales. Dicen que el amor fue la fuerza que Dios utilizó para destruir el mal, y que este joven, sin saberlo, se convertiría en la clave para liberar al pueblo.
Una noche, mientras buscaba a una cabra que se había extraviado en las faldas del cerro, el pastor se adentró en los dominios de las brujas. Desde el interior de la cueva, una risa aguda y escalofriante retumbaba en la oscuridad. Él vio la luz fantasmagórica que salía de la entrada de la cueva y, al mirar de cerca, observó sombras danzando alrededor de su cabra, que había caído en manos de las hechiceras. Con el corazón en la garganta, pero convencido de su fuerza, decidió entrar en la cueva para recuperar a su animal.
Apenas había dado unos pasos cuando el fuego se apagó de golpe. Las sombras se esfumaron, y lo que una vez fue una risa cruel, ahora era un silencio sepulcral que le robó el valor al pastor. Aterrorizado, sintió que algo más observaba desde las profundidades. Corrió sin mirar atrás, el miedo inundaba su cuerpo, y al regresar a su hogar, no pudo borrar de su mente el gélido aire que soplaba desde el interior de la cueva.
Pero las brujas, ocultas en los rincones oscuros de la cueva, lo habían observado con interés. No por su valentía, sino porque su mera presencia rompió la monotonía de sus malditas existencias. Creyeron que este hombre podía ser el elegido para librarlas de la eterna condena. Noche tras noche, bajaban hasta los carrizales, buscando lanzar conjuros que conquistaran su corazón.
El deseo de poseer al joven desencadenó una espiral de celos y traiciones. Una tras otra, las brujas empezaron a caer, víctimas de sus propios venenos. Cada intento de magia negra se volvía en su contra, y sus cuerpos eran arrastrados por las aguas del río. Sin embargo, incluso en la muerte, su maldad no fue erradicada.
Dicen los lugareños que, a pesar de su desaparición física, los espíritus de las brujas aún vagan por el Cariño de la Montaña. Al caer la noche, la cueva sigue emitiendo esa extraña luz, y las risas, aunque lejanas, todavía resuenan entre los montes. Los valientes que se atreven a acercarse aseguran escuchar gritos y maldiciones entre las sombras, ecos de las disputas de las hechiceras por el amor de un joven que, según cuentan, murió misteriosamente o huyó, dejando atrás el horror que encontró en las faldas de la montaña. Hoy en día, los ejidatarios de Celemania y Las Flores afirman haber encontrado extraños objetos entre el carrizo de los canales de riego. Figuras talladas, velas negras y amuletos que parecen reaparecer, aunque sean destruidos.
Quizás sea una advertencia, o tal vez las brujas nunca se han ido del todo.
El Cariño de la Montaña, con sus leyendas de aparecidos y brujas, sigue siendo un lugar donde la frontera entre lo natural y lo sobrenatural se difumina. Aquí, el miedo sigue siendo el verdadero guardián de sus secretos, y pocos se atreven a desafiarlo.