SE VA, SE VA, SE FUE
Esta conocida y tradicional frase beisbolera es apta para despedir al aficionado y máximo representante del sexenio gubernamental que acaba de terminar. Para muchos ciudadanos es momento de alegría y, quizás, para algunos pocos, de tristeza. Los gobiernos se miden por los resultados, no con simpatías. ¿Cuál ha sido el legado que nos deja? No es la intención realizar un balance completo, por las limitaciones del espacio disponible, pero al menos puntualizar algunos trabajos que han sido positivos y otros criticables. Por ejemplo, nadie podrá negar los beneficios de los programas sociales; no se trata de contradecirlos con el argumento de que se están sufragando con nuestros impuestos; esto es claro, se trata de aceptar que una gran cantidad de la población se ha visto favorecida con las pensiones para adultos mayores y las becas para los jóvenes. Asimismo, obras de infraestructura notables, como la construcción de la refinería, el tren maya, la carretera interoceánica, el aumento considerable al salario mínimo, la baja tasa del desempleo, el aeropuerto internacional “Felipe Ángeles”; en fin, hay obras de que se quedan para el beneficio de la población. Del lado negativo, se pueden enlistar la herencia de la terrible inseguridad que está viviendo una gran parte del país (casi 200 000 asesinatos), 100 000 personas desaparecidas, la incertidumbre del tamaño de la deuda pública que actual (nadie sabe con certeza el monto, aunque se estima el equivalente al 50% del PIB), las carencias en la cobertura del sistema de salud ( alrededor de 50 millones de personas sin acceso a la salud pública), el retraso educativo (más de 25 millones de estudiantes con rezago en el aprendizaje), concentración del poder, el menor crecimiento económico de los últimos 40 años (0.8%), la extinción de los fideicomisos, el deterioro de las relaciones internacionales, el enfrentamiento con los medios de comunicación, la nula transparencia de información en cientos de obras y contratos, el incumplimiento de la promesa con los padres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, la escalada inflacionaria, el aumento del precio de la gasolina (casi $25.00 pesos por litro), la deplorable demostración del ludibrio hacia la iniciativa privada, la lenidad para muchos de sus colaboradores, entre muchos otros rubros.
Ahora, si ponemos en una parte de la balanza los resultados positivos y en la otra los negativos, tendremos más elementos de juicio para lograr una aproximación a valorar con mayor objetividad las obras del sexenio gubernamental. Es muy complejo y quizás hasta injusto hacer un análisis sin tener las cifras e información completa. Al igual que toda la población, solo contamos con una mínima fracción de los datos. Seguramente con el transcurso del tiempo se irán teniendo datos confiables.
Sin embargo, no se necesita ser financiero para saber que los programas sociales y las grandes obras de infraestructura (como la refinería, el Tren Maya, el aeropuerto, etc.) absorbieron un presupuesto mayor que lo que estaba previsto y, por ello, se tuvo que aumentar considerablemente la deuda pública. Al igual que cuando el señor fue Jefe del Gobierno del entonces Distrito Federal, la deuda que dejó es para que la resuelva el que lo sustituya. Es un hecho que la Presidenta tendrá un margen de acción muy acotado por la falta de recursos económicos disponibles. Es altamente probable que las obras de infraestructura a nivel nacional se vean muy escasas. Independientemente de la situación económica y de la inseguridad del país, hay que resaltar la desilusión y el encono de una gran parte de la población. El beisbolista frustrado hizo una enorme labor de dividir al país entre sus seguidores contra sus “adversarios”. Fue un gran trabajo, pero muy reprochable. En pláticas de café, en las universidades, en los empleos, en el hogar, en la calle, en todas partes, se habla a favor y en contra. Es cierto que con el tiempo la historia lo juzgará pero es indudable que impera un sentimiento de frustración.
Eso de que el pueblo está feliz, feliz… y que se cumplió “con la misión”, y la pésima broma de tener un mejor sistema de salud que Dinamarca son inocentadas de mal gusto, aunque lamentablemente muchos mexicanos lo creen. El sexenio gubernamental remató con el golpe al Poder Judicial que, si bien aún no termina en su totalidad (faltan las leyes adjetivas), sorprendió a todos los estudiosos y a los grandes juristas. Nadie lo esperaba. Es sorprendente como en muy pocos meses destruyó una de las instituciones en las que se apoyaba la democracia de México. Por supuesto que eso ya se tenía planeado, incluyendo la estrategia de llevarlo a cabo. Habría que aprender del golpe. En realidad no debemos de quejarnos ni mucho menos sorprendernos. Teníamos antes un partido que en 70 años hizo lo que quería porque contaba con el control del Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Era lo mismo, pero a ese partido se le debía la construcción y respeto a la democracia. En cambio, en este juego de beisbol, esa democracia se ha perdido y la bola ya está fuera del estadio.