No solo dejó un saldo de gran dolor y pérdida, sino también un valioso legado de solidaridad comunitaria y mejores prácticas de prevención.
El huracán Gilberto, que impactó la metrópoli regiomontana la noche del 16 de septiembre y la madrugada del 17 de 1988, dejó tras de sí una estela de dolor y destrucción, pero también un legado de solidaridad y prevención.
Considerado el peor huracán del siglo XX en Nuevo León, su paso por la entidad provocó una tragedia de magnitudes significativas. La devastación fue tal que la recuperación fue lenta, pero la experiencia dejó lecciones importantes para la comunidad.
Don José Juvenal Uresti, quien trabajaba en la empresa Protexa en ese entonces, recordó cómo él y su equipo estaban en el terreno ayudando a las personas afectadas. "Andábamos apoyando gente y vimos muchas cosas feas por lo del agua", comentó, añadiendo que el apoyo brindado a la comunidad fue uno de los legados más importantes de esa época.
Su esposa, doña María de Jesús Bustos, rememoró la tragedia como si hubiera ocurrido ayer. "Había demasiada agua bajando de las calles y del cerro. No podíamos pasar ni asomarnos; solo veíamos tierra, agua y piedras que llegaban a las casas", relató, añadiendo que la falta de electricidad hacía la situación aún más desesperante.
El gobierno estatal reportó menos de 300 muertos, una cifra que no reflejaba la magnitud real de la tragedia, ya que muchas familias aún buscaban a sus desaparecidos. La verdadera cifra de víctimas se perdió en el río Santa Catarina, que enterró a muchos de los arrastrados por sus aguas.
Aquel evento ocurrió en una época sin los avances tecnológicos actuales y apenas un año después del terremoto de 1985 en Ciudad de México, cuando Protección Civil apenas comenzaba a formarse. Sin embargo, la tragedia del huracán Gilberto mostró la capacidad de respuesta de la sociedad civil. La solidaridad se convirtió en una palabra clave, y el apoyo mutuo fue esencial para superar la crisis.
"Lo que tiene Nuevo León es que siempre ayuda una gente a otra; eso es lo que siempre ha habido aquí", señaló un residente. En honor a las víctimas, se erigió el monumento conocido como La Llama de la Solidaridad.
El mayor legado del huracán Gilberto fue la prevención. Esta experiencia enseñó a la comunidad a estar mejor preparada para futuros fenómenos naturales, resultando en un saldo mortal mucho menor en desastres posteriores.