El 26 de junio de 2016 en East Rutherford, estado de New Jersey, Lionel Messi cayó al suelo. Y, lo que es peor, se vio a sí mismo allí, derrumbado y atribulado tras la ignominiosa derrota. Sintió que el destino, que es criollazo, justiciero y vengador, le negaría para siempre aquello que más deseaba. Por una vez, el hombre capaz de todo sufría. Porque veía con nitidez sus propios límites.
Al mismo tiempo ocurrió un hecho simultáneo e indivisible. Un nuevo Lionel Messi dio su primera patada. El primer tiro al arco de un hombre renacido. El alumbramiento fue imperceptible en ese momento, pero hoy se ve muy claro. Ha sido iluminado por el metal de los trofeos. Porque allí, en suelo estadounidense, nació el campeón de América. El campeón intercontinental. El campeón del mundo. El sabor de la tierra, como si fuera una poción mágica, convirtió al apesadumbrado gladiador caído en un héroe victorioso.
Bruce Springsteen lanzó su álbum más emblemático en junio de 1984, hace 40 años exactos. Cuando Born in the USA (Nacido en Estados Unidos) arribó a las bateas, Messi aún no había nacido. Llegó al número 1 de la lista Billboard 200, pero su suceso excede ese módico reconocimiento numérico. Porque el disco convirtió en un rasgo de identidad del pueblo estadounidense. La canción que le da nombre es un himno patriótico y también una canción de protesta. Es el grito de un hombre que lucha. Y que desde esa lucha, crece.
Messi luchó. Y creció. Quizás lo hizo sin darse cuenta, como si fuera la única forma posible de avanzar. Su historia en la Selección Argentina es el periplo del héroe. Un viaje lleno de obstáculos y enemigos, como la travesía de Teseo rumbo a Atenas. Un recorrido bien diferente al que tuvo en Barcelona, donde la inercia de las victorias lo empujó a la gloria y su descomunal talento fue solo uno más de los motores del super equipo dirigido por Josep Guardiola. En el seleccionado de su país necesitó más. Necesitó sangre y tierra.
En El gran Gatsby, F. Scott Fitzgerald hace una genial crítica al mito del sueño americano. A través de las peripecias del joven Jay, Fitzgerald advierte sobre las contradicciones y los riesgos de una creencia que, a pesar de acaso haber nacido muerta, marcó la vida de generaciones de estadounidenses. Igualdad de oportunidades para alcanzar, por intermedio de virtudes y méritos propios, el objetivo señalado... sea de la naturaleza que sea. Porque no hay límites para los soñadores (americanos).
Como Fitzgerald, en su canción más emblemática Springsteen también cuestiona esa idea ("No hay ningún lugar a donde correr, no hay ningún lugar adonde ir"). El fútbol, nacido en arrabales británicos y llevado a su máxima expresión en la Sudamérica más plebeya, poco tiene que ver con la idiosincracia norteamericana. Sin embargo, uno de los jugadores más grandes de todos los tiempos ha forjado una relación espiritual trascendente con el país organizador de la Copa América 2024 y de la Copa del Mundo 2026. Él sí cumplió el sueño americano. O, mejor, el sueño argentino.
Messi sufrió su peor derrota con la camiseta de Argentina en la final de la Copa América Centenario. Ante Chile en los suburbios de New Jersey el diez falló un penal en la definición y minutos después renunció al seleccionado. "Ya está, lo intenté mucho. Es increíble pero no se da. Me duele más que a ninguno no poder ser campeón con Argentina, pero es así. Se terminó para mí la selección", dijo con el corazón en la mano, hirviendo.
Tenía solo 29 años y demasiadas frustraciones sobre el lomo. Cuatro derrotas en finales internacionales; tres en años consecutivos. Pero el fracaso en la cálida noche neojerseíta lo golpeó como ninguna. Lo derrumbó. Y al mismo tiempo le dio una oportunidad. Una ofrenda, quizás la más valiosa que existe. Le dio la posibilidad de redención. Messi en Nueva Jersey sufrió y también vio algo. Supo algo. Sintió, entre todo el pesar y toda la tristeza, un pequeño calor en el pecho que fue la semilla del hombre nuevo.
Messi estuvo solo unos meses lejos de la Selección Argentina. Y volvió más fuerte, exhibiendo orgulloso las cicatrices. Como antes lo hizo otro, tan argentino como él. Como Martín Fierro. "Yo nunca me he de entregar a los brazos de la muerte; arrastro mi triste suerte paso a paso y como pueda, que donde el débil se queda se suele escapar el juerte".
Arrastró demasiado tiempo su triste suerte Messi. Tardó mucho en ganar su primer título internacional. Después del subcampeonato de 2016, vivió tormentos de todo tipo en Rusia 2018 y en Brasil 2019. Entonces golpeó la pandemia y entre barbijos y estadios vacíos, al fin logró aquello que había visto en el medio de las lágrimas en Nueva Jersey.
La historia del capitán campeón del mundo en Estados Unidos comenzó en 2006, cuando a los 19 años viajó a una de sus primeras pretemporadas con el plantel principal de Barcelona. Poco más tarde, en junio de 2008, jugó por primera vez allí con la camiseta celeste y blanca. Marcó un gol y dio una asistencia en la goleada 4-1 sobre México en San Diego. Fue su primera gran actuación en esa tierra. Solo la primera.
Con la diez argentina, Messi disputó 16 partidos en Estados Unidos, con 12 triunfos y 4 empates. Nunca perdió en los noventa minutos, pero aquella derrota por penales tras el 0-0 contra Chile pesa mucho más. Tuvo partidos descollantes, como el de su triplete en el histórico 4-3 sobre Brasil, también en Nueva Jersey. O el 7-0 ante Bolivia con un doblete en Houston. O la extraordinaria campaña en la Copa América Centenario, en la que convirtió 5 goles y dio 4 asistencias en 5 partidos. Siempre se sintió cómodo en los imponentes estadios de la NFL, como si la grandilocuencia del escenario fuera la más adecuada para su genio.
Después de ser campeón del mundo, a los 35 años, decidió cambiar de vida y dejó el fútbol europeo para siempre. Entonces, eligió embellecer con su zurda la MLS, ese torneo imaginado a finales de los noventa como un intento de llevar el juego más popular del planeta a cada rincón de los Estados Unidos. El trabajo salió bien, porque hoy es una liga respetable que hizo un gran aporte en el desarrollo del deporte en la nación. Y luce altiva el talento del mejor futbolista del siglo.
Como Springsteen, Messi nació en Estados Unidos. El Messi campeón surgió allí, en el mismo sitio en el que se jugará la final de esta Copa América. Bajo ese cielo, unos ojos rojos sollozantes y fatigados se transformaron en los ojos del tigre. La mirada vacilante del derrotado fue reemplazada por la mirada confiada del ganador inevitable.