Después de los 60 años, las necesidades nutricionales del cuerpo van cambiando y los requerimientos de algunas vitaminas y nutrientes aumentan sobre todo para retrasar los efectos del envejecimiento. Expertos enfatizan la importancia de una nutrición adecuada y equilibrada.
Según estudios recientes, diversas vitaminas desempeñan un papel crucial en la prevención de enfermedades y el mantenimiento de la salud física y mental a medida que envejecemos.
Entre las vitaminas fundamentales se encuentra la vitamina B12, conocida por su papel en la salud de las células nerviosas y sanguíneas.
La carencia de esta vitamina puede conllevar problemas nerviosos y depresión, e incluso aumentar el riesgo de demencia, como lo revela un estudio publicado en el Journal of the American Geriatrics Society. Alimentos como la leche, los huevos y los pescados como las sardinas y las truchas son fuentes ricas en vitamina B12.
Asimismo, el ácido fólico (vitamina B9), presente en alimentos como las verduras de hojas verdes, frutos secos, legumbres, frutas y cereales integrales, desempeña un papel crucial en la síntesis de compuestos necesarios para el organismo, contribuyendo a prevenir la anemia y la debilidad.
Otra vitamina esencial es la vitamina D, reconocida por su papel en el fortalecimiento de los huesos. Sin embargo, su importancia va más allá, ya que regula diversas funciones celulares, contribuyendo a la salud del sistema inmune, la función muscular y la actividad cerebral.
La deficiencia de vitamina D se ha relacionado con una variedad de trastornos, desde enfermedades cardiovasculares hasta depresión. Alimentos como el pescado azul, el aceite de hígado de bacalao y los lácteos pueden ayudar a mantener niveles óptimos de esta vitamina.
La vitamina C es conocida por su papel en el fortalecimiento del sistema inmunológico y la salud de la piel. Frutas como las naranjas, mandarinas, kiwis y fresas son excelentes fuentes de esta vitamina antioxidante.
Por último, la vitamina K desempeña un papel crucial en la coagulación sanguínea y se encuentra en alimentos como espinacas, brócoli, repollo e hígado.