La pareja emblemática de la Época de Oro del cine mexicano, disfrutó de las mieles del amor y también de la desgracia
Cuando el director de cine mexicano Emilio “El indio” Fernández conoció a Columba Domínguez quedó fascinado con su belleza, su rostro mexicano lo encandiló al grado de que ese día le dijo que se casarían en el futuro, y así pasó la enorme diferencia de edades no fue un impedimento para que la pareja se amara con intensidad y viviera el nacimiento y el ocaso de un amor.
A pesar de de las altas y bajas, sólo la muerte separó al “Indio” de Columba, el 6 de agosto de 1986, el prolífico creador de joyas cinematográficas como "Flor Silvestre", "María Candelaria", "Bugambilia", “Río escondido” y “Maclovia”, falleció de un paro cardíaco en su casona de Coyoacán, ese día planeaba ir a Cuautla de Morelos a relajarse y a pasarla bien con Columba, pero su cuerpo, que se recuperaba de una cirugía tras caer de las escaleras de un balneario en Acapulco, ya no tuvo fuerzas, se quedó vestido de charro en la espera de un último paseo.
Junto a la actriz, Fernández, que además de ser reconocido por su talento, lo fue por su carácter recio, levantó su propio imperio en la casona de Coyoacán, ahí, junto a su Columba tenía su propio mundo con retratos de la actriz, artesanías y muebles campiranos rodeados de naturaleza.
A pesar de que versiones de infidelidad del director persiguieron constantemente a la pareja, Columba siempre las negó, sólo habló con admiración y mucho cariño de su esposo, quien ya tenía una hija llamada Adela cuando la conoció.
A principios de los años 50 y tras siete años de relación, Columba decidió separarse de Emilio Fernández a pesar de que estaba embarazada, la pareja, una de las más emblemáticas de la Época de Oro del cine mexicano, tuvo una hija llamada Jacaranda, quien murió a temprana edad cuando comenzaba su carrera como actriz.
La pérdida de su hija, entre versiones de un accidente y de un suicidio, fue una pena que compartió la pareja, así como el escándalo que llevó al director de cine a la cárcel en 1978, después de una riña en Torreón, cuando disparó como en las películas una pistola de verdad contra un joven campesino y lo mató.
“El Indio” fue condenado a cuatro años de prisión, dos años después sería indultado por un gobernador en reconocimiento a su labor artística, en esa difícil etapa también estuvo a su lado Columba, quien lo vió morir y le puso, por última vez, un traje de charro.
Sólo la muerte separó al “Indio” Fernández y a Columba
Cuando Emilio Fernández salió del hospital, Columba tenía la esperanza de que se iba a recuperar estando en su amada casona en Coyoacán, se sentía mucho frío aquella mañana del 6 de agosto, así que la actriz, menor que el director 25 años, prendió la chimenea.
El Universal informó que de un momento a otro el director de cine comenzó a ponerse mal y expresó sus primeras y únicas incoherencias, “¡Sáquenme de aquí!, ¡está no es mi casa!”; Columba se alarmó y llamó al doctor.
Emilio abrió los ojos y la miró por última vez, con una mirada triste, quizá de despedida. Su respiración era agitada, después tomó dos bocanadas de aire y su corazón dejó de latir. Columba le dio un masaje, quería reanimarlo, pero fue inútil, había muerto.
La actriz se quedó a su lado, se desplomó en la cama y comenzó a llorar la pérdida del hombre que llenó de alegría sus días y también de penas, así lo confesó a este diario:
“No sólo fueron los meses en el hospital, fue una vida de experiencias maravillosas... de momentos difíciles... como cuando estuvo en los reclusorios... cuando perdimos a mi hija... son muchas cosas que ahora se me vienen a la memoria”.
Columba siguió llorando sentada en una silla del comedor, de una casa en la que todo, cada cosa, le recordaba a Emilo, al hombre que era un mito y que no gustaba de las entrevistas; como instrucción, pidió a Columba que le entregara a su hija Adela una agenda; el médico dio aviso a la ANDA de la muerte del director, y a los pocos minutos el teléfono no dejó de sonar, Columba tomó una trago de cogñac y empezó a recibir los pésames.
A las 13 horas Columba, descolgó de un ropero un traje negro, lo cepilló, y con la ayuda de la enfermera vistió a Emilio, en el cuello le colocó un paliacate que siempre lo caracterizó; de su mano izquierda desprendió con lágrimas su inseparable Rolex, y a las 13:55 horas llegó la carroza fúnebre, para llevarse el cuerpo de la estrella del cine mexicano a su última morada, donde también fue acompañado por su fiel Columba.