Sucedió al ultraderechista y capitán en retiro Jair Bolsonaro.
Polarización, escogida en diciembre por la Real Academia Española como la palabra de 2023, calzó con exactitud para describir el panorama político que cundió en Brasil en el primero de los cuatro años de gobierno del presidente izquierdista brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, que se cumplirá hoy en un escenario incierto para los próximos 36 meses.
Lula sucedió en la presidencia de la primera economía de América Latina y el Caribe, y también uno de los buques insignias de la economía mundial, al ultraderechista y capitán en retiro Jair Bolsonaro… y sólo ocho días después ocurrió un hecho trascendental, inesperado por lo pronto que llegó, aunque previsible en un escenario polarizado.
El 8 de enero de 2023, turbas de Bolsonaro se apoderaron violentamente de los predios de los máximos poderes de Brasil—el Congreso Nacional (Legislativo), el Supremo Tribunal Federal (Judicial) y el Palacio de Planalto (Ejecutivo o Presidencia)—en Brasilia, nervio político brasileño.
“El 8 de enero de 2023 quedará marcado en la historia nacional como un gran atentado contra la democracia y el Estado democrático de derecho, especialmente en lo que respecta al no reconocimiento de los resultados electorales”, advirtió el sociólogo y politólogo brasileño Rodrigo Prando, profesor e investigador de la (no estatal) Universidad Presbiteriana Mackenzie, de Brasil.
“Bolsonaro fue, durante años, un tensor de la democracia y las instituciones. Hubo cientos de eventos en los que se difundieron noticias falsas, posverdad, negacionismo y teorías conspirativas. La combinación de todo esto en un discurso de confrontación tuvo como uno de los resultados el día 8 de enero”, relató Prando a EL UNIVERSAL.
“Generalmente, en Brasil un gobierno recién electo suele tener un período de ‘luna de miel’ con el electorado: son los primeros 100 días de gobierno. Lula no tenía eso. Las elecciones fueron muy reñidas y el país salió fracturado, políticamente dividido. Además, el 8 de enero hizo que Lula tuviera una agenda reactiva y no propositiva como le hubiera gustado”, aclaró.
Al narrar que “internamente el país sigue no sólo polarizado, sino también dividido políticamente”, sugirió que “si las elecciones fueran hoy, volverían a votar los que votaron por Lula y lo mismo harían los que votaron por Bolsonaro”.
Tormenta externa
Al asumir hoy hace un año, y en un involucramiento que registró un mayor énfasis en el primer cuatrimestre de su gestión, Lula se insertó en una campaña por la paz en Ucrania con Rusia, Estados Unidos, China y Europa, pero pareció desgastarse.
La credibilidad mediadora en una ofensiva diplomática mundial para tratar de lograr la paz entre Rusia y Ucrania por el conflicto bélico entre ambos países, que estalló en febrero de 2022, se resquebrajó. El papel de Lula sufrió un severo daño cuando acusó a Kiev de unirse a Moscú en 2022 para iniciar la guerra.
Lula viajó a China en abril como parte de su iniciativa diplomática. De regreso a Brasil, y al hacer una escala en Emiratos Árabes Unidos, alegó que “la construcción de la guerra es más fácil que la salida de la guerra, porque la decisión de la guerra la tomaron los dos países”.
En una controversial declaración del 6 de abril que también perjudicó su trabajo de mediador, anticipó que Ucrania deberá resignarse a ceder soberanía y territorio a Rusia. En respuesta, Kiev argumentó que Ucrania “no comercia con sus territorios” e insistió en que toda mediación deberá basarse en respetar la soberanía y plena recuperación de su integridad territorial.
La maniobra internacional de Lula se diluyó y perdió fuerza.
A juicio de Prando, y ante las tormentas políticas domésticas en Brasil, “Lula ha apostado por su presencia internacional más vigorosa que por la articulación política interna, entre otras cosas porque hay un Congreso más conservador y una oposición ‘bolsonarista’ más dura y asediada”.
“Sin embargo, las declaraciones de Lula a nivel internacional fueron erráticas”, destacó, al mencionar que “no fue alguien que condenara firmemente al régimen” del cuestionado presidente izquierdista de Venezuela, Nicolás Maduro
“Lula llegó a ser simplista al tratar de comparar agresor con agresor en el caso de Rusia y Ucrania. En resumen: debería haber condenado enfáticamente la agresión rusa y al presidente ruso, Vladimir Putin. Sus discursos y su intento de desempeñar un papel de liderazgo en el conflicto entre Israel y (la organización terrorista palestina) Hamás también fueron criticados”, puntualizó.
“En general, a nivel internacional, los conflictos Rusia—Ucrania e Israel—Hamas son problemas geopolíticos complejos y Brasil puede tener buena voluntad, pero con condiciones limitadas de influencia directa y concreta”, advirtió.
En víspera de una cumbre de gobernantes sudamericanos en la capital brasileña y en un hecho que impactó en la política continental, Lula recibió el 29 de mayo anterior en esa ciudad a Maduro, le rindió honores y, en defensa de su aliado de Caracas, alegó que sobre Venezuela “hay muchos prejuicios” e ignoró las denuncias de violaciones a los derechos humanos cometidas por el régimen venezolano.
Sobre una alfombra roja y del brazo de Lula, Maduro recibió una bendición brasileña que trató de despojarle de su fama de dictador y, sonriente, salió de más de cuatro años de aislamiento hacia un irreversible y pleno retorno al juego internacional.
Por esa vía, el presidente brasileño ratificó la decisión que adoptó al asumir de reconocer a Maduro como mandatario legítimo. Electo en 2013 tras la muerte ese año de Hugo Chávez (1954—2013) en ejercicio de la presidencia, Maduro se reeligió en 2018 en unos comicios calificados como ilegítimos por más de 50 países que lo desconocieron como Jefe de Estado desde enero de 2019 para el sexenio a 2025.
Turbulencia interna
Si los vientos soplaron en el exterior en contra de Lula en su gestión diplomática, en el campo nacional adquirieron rango de turbulencia política.
Lula, líder histórico del izquierdista y ahora oficialista Partido de los Trabajadores (PT), derrotó a Bolsonaro, de una coalición encabezada por el derechista Partido Liberal (PL), en la segunda y definitiva ronda con apenas 50,9% de los votos contra 49,1% de su rival y una diferencia de unos 2 millones 100 mil de votos, según el Tribunal Superior Electoral de Brasil.
En un primer diseño parlamentario de los 513 diputados, Bolsonaro obtuvo 99, mientras que Lula consiguió 68. Como coalición, el PL de Bolsonaro y sus aliados lograron 187, con 204 de la alianza con varios partidos. Lula y sus socios lograron 122.
De los 81 senadores, 42 son afines al gobierno, 17 son independientes y 22 son de cuatro partidos opositores.
“En su primer discurso como presidente electo en 2022, Lula dijo que había derrotado a Bolsonaro, pero no al ‘bolsonarismo’, la fuerza política de extrema derecha que ha ganado Brasil en los últimos años”, recordó el periodista brasileño Edson Sardinha, editor en jefe de Congresso em Foco, medio digital no estatal e independiente de comunicación y análisis político de Brasilia.
Tras citar que Lula venció a Bolsonaro “con una ventaja de menos de dos puntos porcentuales, la menor en la historia reciente del país”, Sardinha mencionó a este diario que “la extrema derecha liderada por Bolsonaro resiste. Las encuestas muestran que los votantes de Lula y Bolsonaro siguen siendo leales a su voto del 2022”.
“Para evitar el regreso de la extrema derecha al país, el presidente tendrá que retomar el espacio sobre sectores como el agronegocio y partes de la sociedad, como los evangélicos, dos grupos en los que es difícil entrar”, alertó.
Al describir que “a lo largo del año Lula tuvo que negociar la liberación de recursos presupuestarios y la provisión de cargos políticos en empresas estatales y en el gobierno”, señaló que “algunos de los partidos que tienen ministerios, sin embargo, afirman que no forman parte del gobierno y, por lo tanto, no se consideran obligados a apoyar a Lula en las votaciones”.
“Lula hizo concesiones para formar su alianza electoral. Y tuvo que hacer aún más concesiones para poder gobernar”, precisó.
Lula se apuntó lo que Prando definió como “gran ganancia” cuando, a mediados de este mes, el Congreso aprobó una reforma tributaria que sumó más de 30 años en trámite legislativo.
Con su regreso al poder en enero, prosiguió, Lula “se encontró con un Congreso mucho más opositor y mucho más poderoso. En los últimos años, el poder de la Legislatura ha crecido enormemente. El presidente de la Cámara se ha convertido en una especie de primer ministro. Su poder sobre la agenda legislativa, el presupuesto y la distribución de los recursos presupuestarios a los aliados políticos ha crecido de manera alarmante”.
Según los pronósticos de Sardinha, los asuntos económicos se impondrán en 2024 en Brasil en medio del calendario electoral, ya que en octubre habrá comicios municipales que “son considerados por los partidarios del gobierno y por la oposición como fundamentales para el escenario electoral de 2026”.
En una alternancia pacífica del poder, Lula asumió el primero de enero de 2023 con el apoyo de la izquierda y en lo que Sardinha expuso como “una amplia alianza centrista”, frente a un Congreso “predominantemente de derecha y extrema derecha”.
A Lula le quedarán 36 meses… de polarización.