La estudiante estaba a punto de recibirse de ingeniera biomédica; recibió 25 cuchillazos
Roma.- Italia se detuvo este martes para darle el último adiós a Giulia Cecchettin, una chica de 22 años a punto de recibirse en la universidad de Padua, en el noreste, que fue asesinada por su exnovio el 11 de noviembre pasado.
Este caso de femicidio que conmocionó al país y que se transformó en el símbolo de la urgente necesidad de luchar contra este fenómeno cada vez más alarmante. Sólo este año hubo más de 100 mujeres asesinadas por violencia de género en la península.
“A las instituciones políticas les pido poner de lado las diferencias ideológicas para enfrentar unitariamente el flagelo de la violencia de género. Necesitamos leyes y programas educativos que apunten a prevenir la violencia, a proteger a las víctimas y a garantizar que los culpables sean llamados a responder de sus acciones”, dijo el papá de la joven, Gino Cecchettin, al final de un emotivo funeral que tuvo lugar en la Basílica de Santa Justina de Padua.
La ceremonia, marcada por enorme dolor -rostros llenos de lágrimas, clima de luto-, fue muy similar a un funeral de Estado. Transmitida en directo por varios canales de televisión, contó con la asistencia de una marea de gente: unas diez mil personas que quisieron acompañar a la familia de la víctima, que pidió justamente ruido y ya no más silencio ante este tipo de crímenes, cada vez más usuales. También hubo presencia de autoridades, como el gobernador del Véneto, Luca Zaia y el ministro de Justicia, Carlo Nordio y alcaldes de toda la región, que proclamó un día de luto por Giulia.
El crimen
Gino Cecchettin, el papá de Giulia -cuya gigantografía sonriente, sobre una hamaca, decoraba la fachada de la Iglesia-, se volvió un rostro conocido y querido por todos los italianos en las últimas semanas de calvario y noticias de terror. Su hija había desaparecido junto a su exnovio, Filippo Turetta, el sábado 11 de noviembre, pocos días antes de recibirse de ingeniera biomédica. Tras una búsqueda intensa y dramática, una semana más tarde las cámaras de vigilancia de una zona industrial cercana a Vigonovo, la localidad donde vivía, revelaron que había sido asesinada ese mismo día, a la noche, por su ex.
Las imágenes mostraron cómo el chico la golpeaba repetidamente mientras ella le decía: “Me haces daño” y la arrastraba varios metros por el suelo, en una primera fase de la agresión, que siguió luego con un cuchillo de cocina. Su cadáver fue hallado luego en un canal junto al lago Barcis y la autopsia reveló que fue acuchillada en la cabeza y el cuello 25 veces y que ella intentó defenderse.
Su exnovio, que fue detenido hace dos semanas en Alemania, adonde se había fugado y ya se encuentra en una cárcel italiana, en un interrogatorio admitió el delito, que cometió porque ella ya no quería estar con él. No aceptaba que ella ya no era “suya”, explicó en un interrogatorio Turetta, también estudiante universitario y a punto de cumplir 22 años.
El asesinato de Giulia, cuyo domicilio en las últimas semanas se había transformado en un lugar de peregrinación, donde la gente llevaba peluches, flores, velas, cartas y dibujos, no sólo conmovió a la opinión pública, sino también a la clase política.
En la Basílica de Santa Justina saltaban a la vista las coronas de flores enviadas por el presidente de Italia, Sergio Mattarella, por la primera ministra, Giorgia Meloni, y por los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado. Pese al frío, unas 8 mil personas –la mayoría jóvenes, pero también adultos y gente mayor- siguieron la ceremonia fúnebre a través de maxipantallas colocadas fuera de la Iglesia. Gino, el padre de Giulia, y sus otros dos hijos, Daniela y Davide, así como la mayoría de los asistentes a la despedida, llevaban cintas rojas, el color de la lucha contra la violencia de género, un tema sobre el tapete a partir de este caso, que por supuesto estuvo presente en toda la ceremonia.
En su homilía, el obispo de Padua, monseñor Claudio Cipolla, pidió “paz entre géneros, porque no podemos permitir más actos de acoso y abuso”, así como un “cambio de la cultura que los hace posible”. El sacerdote también pidió paz “para los corazones” de todos los presentes y para los del exnovio de Giulia, Filippo y su familia, que también está devastada.
El emotivo mensaje del padre
La parte más esperada y conmovedora del funeral fue cuando, al final, tomó la palabra Gino, su papá. Conmovido, pero entero, agradeció el respaldo recibido en las últimas semanas por las fuerzas del orden, las instituciones y demás y, ante su féretro blanco, sobre el que saltaba a la vista una foto de la chica, sonriente, destacó a su hija: una persona llena de vida, siempre alegre, combatiente y que, el último año, al morir su mujer, se había vuelto “una mamá” dentro de la familia.
“¿Cómo pudo pasar todo esto? ¿Cómo le pudo pasar a Giulia? Hay muchas responsabilidades, pero la educativa nos involucra a todos: familias, escuelas, sociedad, mundo de la información”, dijo Cecchettin, que reclamó acciones para transformar esta tragedia en algo que de lugar a un cambio.
“La vida de Giulia, mi Giulia, nos ha sido quitada en modo cruel, pero su muerte puede y debe ser el punto de inflexión para ponerle fin a la terrible plaga de la violencia contra las mujeres”, siguió. “Que la memoria de Giulia nos inspire a trabajar juntos para crear un mundo en el que nadie nunca tenga que temer por su vida”, agregó, al agradecer a esa multitud que se congregó para acompañarlo en el funeral, que se demoró debido a la autopsia.
Después de leer un poema de Gibran, Cecchettin finalmente pronunció una despedida estremecedora: “Querida Giulia, ha llegado el momento de dejarte ir. Saludános a mamá. Pienso en ti abrazada a ella y tengo la esperanza de que, apretadas, juntas, vuestro amor sea tan fuerte como para ayudarnos a Elena, Davide y a mí no sólo a sobrevivir a esta tempestad de dolor, sino también a aprender a danzar debajo de la lluvia”.
Cuando el féretro salió de la Basílica, la multitud no sólo aplaudió y gritó “¡Giulia! ¡Giulia!”, sino también, levantando las manos, hizo sonar campanitas o juegos de llaves para, como había pedido el gobernador del Véneto, Zaia, “dar una señal fuerte y clara contra la violencia de género” y para, como había pedido su familia, “hacer ruido” y para que no haya más silencio ante los femicidios.