Los Eagles tardaron en capitalizar los errores de su rival.
Se sabe, que en el futbol americano, el bien más preciado es el ovoide. Todo aquel equipo que no lo cuide está condenado a la derrota. Los Vikings entregaron cuatro balones, un pecado imperdonable, sobre todo si se tiene enfrente a una defensa como la de Filadelfia. Los Eagles se impusieron 34-28, con un ataque terrestre de miedo y una defensa oportuna, combinación a menudo letal.
Los Eagles tardaron en capitalizar los errores de su rival, pero de a poco entraron en ritmo, sobre todo cuando comprendieron que la clave no estaba por aire, sino por tierra. Entonces Sirianni le dio las llaves de la ofensiva a De’Andre Swift, que comenzó a sumar las yardas que Hurts no encontraba.
El corredor se vio sólido, con un promedio de 6.3 yardas por acarreo y 175 yardas totales. Así llegaron los Eagles a la zona roja, esa frontera en la que se han convertido en un equipo indefendible. Desde ahí, desde la yarda uno, facturó Hurts y entonces sí Filadelfia dio muestras del ataque que llegó al Super Bowl.
Los Vikings comenzaron bien, pero en cuanto llegó la presión a Cousins terminó el encanto. El mariscal de campo pudo mover el ovoide en las primeras series, así encontró a Hockenson, como la llave para poner los primeros puntos. A partir de entonces llegaron los errores y las pérdidas, algunas más dolorosas que otras, como un balón suelto de Jefferson que terminó en touchback, casi al final del segundo cuarto.