Le dolían los pezones, que sangraban y se ponían en carne viva. "Lo encontraba terriblemente doloroso", dice Parma, una ejecutiva de atención al cliente en Bombay India.
"Y sin embargo, me atormentaba la culpa de no poder hacer ni siquiera esta cosa básica por mi hijo".
Nadie a su alrededor le dio importancia al problema, diciéndole que era natural que las nuevas madres enfrentaran algunas dificultades con la lactancia.
Su pediatra le sugirió que cambiara a fórmula. En cambio, ella decidió soportar el dolor y siguió con la rutina de alimentación lo mejor que pudo.
En casa, la hora de comer era agotadora. Janav tardaba hasta dos horas en terminar su comida.
"Al principio, pensé que era un niño que comía lento", dice Parma. "Incluso su forma de caminar era lenta e inestable. Y simplemente no podía mantener el equilibrio en una bicicleta".
Apresurarlo solo creaba más estrés. Al final, empezó a hacer un puré con sus comidas, ya que él no podía masticar ni tragar la mayoría de los alimentos. Estaba constantemente agotado.
En 2019, cuando Janav tenía 8 años, el misterio finalmente se resolvió: se le diagnosticó un caso grave de anquiloglosia, también conocida como lengua anclada o atada, una afección genética que ahora atrae la atención de expertos médicos y familias de todo el mundo.