Por qué el apéndice no es tan inútil como se pensó durante décadas

Durante siglos, ese órgano con forma de cilindro sin salida que mide unos 10 centímetros y está conectado al ciego (la primera porción del intestino grueso) había sido un enigma.

Jacopo Berengario da Carpi, médico italiano, publicó la primera descripción del apéndice en 1521 en su "Commentaria", y lo describió como una pequeña cavidad vacía.

Leonardo da Vinci teorizó que era un lugar para retener el exceso de gas y evitar que los intestinos y el colon explotaran durante los episodios de estreñimiento.

Andreas Vesalius utilizó por primera vez la palabra 'apéndice' en 1543 y lo comparó con un gusano.

El botánico suizo Caspar Bauhin especuló en 1579 que era un receptáculo para las heces de un feto durante la gestación, una especie de miniletrina.

El anatomista italiano del siglo XVIII Giovanni Dominico Santorini creyó que era el hábitat natural para los gusanos intestinales, los cuales necesitaban "un lugar cálido y tranquilo para vivir".

Sin una teoría muy convincente, en su libro sobre la teoría de la evolución "El origen del hombre" (1871), Darwin planteó la hipótesis de que el apéndice en realidad no tenía ninguna función: era un órgano vestigial que había perdido su razón de ser "como consecuencia de cambios en la dieta o los hábitos".

Eso fue probablemente lo que te enseñaron en la escuela.

Pero, ya a mediados del siglo XX, con el desarrollo de herramientas para observar más de cerca nuestros órganos, la idea de que el apéndice no servía más que para inflamarse y poner en riesgo vidas empezó a disiparse.

Y, en el siglo XXI, los científicos han estado descubriendo que está lejos de ser un pedacito sobrante.

 

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