Una de las trágicas dimensiones dentro del sufrimiento del abuso sexual experimentado en la infancia o adolescencia, es la aparición de secuelas persistentes que empiezan a afectar a las víctimas desde el instante en que se ven atrapadas en las garras del abusador. Además de esto, existe otra forma de opresión: el “backlash”, que impone un nuevo silencio sobre las víctimas.
El abuso sexual infantil (ASI) es una forma de maltrato, de las más atroces, a la que se puede sobrevivir y una violación a los derechos humanos de bebés, niños, niñas y adolescentes. A pesar de la visibilización de la temática desde hace algunos años, sigue siendo uno de los delitos que más se comete en todo el mundo y de los que menos se habla.
En Argentina, por ejemplo, no existen campañas de prevención a pesar de las demoledoras, aunque fragmentarias, estadísticas del crimen y de la elevación por parte del comité de los derechos del niño de Organización de las Naciones Unidas (ONU) en febrero de este año de observaciones y preguntas al Estado Argentino sobre cómo está actuando ante este severo problema.
La violencia sexual tiene efectos devastadores no solo en el o los momentos en que ocurre el crimen, sino por las secuelas profundas que dejan en quienes la sobreviven.
Las ofensas sexuales tienen la marca de la perversión. En el caso de la pedofilia, y su práctica la pederastia, se trata de la excitación con los cuerpos y mentes infantiles, aunado de manera inseparable al goce de la falta de consentimiento.
Los agresores sexuales, en su mayoría, tienen conciencia de que los niños y adolescentes no desean vivir una agresión de esa envergadura y aún así reniegan de la realidad y se autoconvencen de que tienen un vínculo con el menor de edad.
En Argentina la edad de consentimiento mínima es 13 años, por lo que se considera que las personas de menor edad carecen de capacidad para consentir. A partir de los 13 años y hasta los 16 es considerado estupro (exceptuando las relaciones entre pares) según nuestro Código Penal.
A partir de los 13 años el consentimiento puede obtenerse de diferentes maneras, a través de la coacción, la amenaza, la seducción y otras formas no físicamente violentas, pero que agreden el psiquismo y doblegan la voluntad de la víctima.
Este lineamiento basado en edades deja a la libre interpretación violencias sexuales contra las y los adolescentes que provocan un daño para toda la vida, pero no tienen consecuencias jurídicas. Las relaciones con personas que los doblan o triplican en edad, por ejemplo, han sido naturalizadas como prácticas amorosas socialmente aceptadas desde siempre.