Casi a modo de una fórmula perfecta para equivocarse, se nos ha instruido que la base para que las relaciones funcionen es la comunicación. Y lo mismo se aplica para lo interpersonal, lo laboral, lo educativo o la gran estructura social, cultural y gubernamental.
Como estudioso de las ciencias comunicológicas, sé como un mantra el concepto de comunicación, entendido como el proceso por el cual los seres humanos intercambian sentimientos e información mediante mensajes verbales y no verbales.
Y bajo este concepto, la comunicación se perfila como un elemento básico en las relaciones humanas, y por tanto en todas las interacciones de su esfera individual y social.
Pero, con el enfoque social que la Academia, la praxis y lo empírico me han dado, no veo atrevido señalar la evidente ausencia.
Para ello, debo remitir a una palabra clave: intercambio.
Al menos en casi cualquier diccionario, un intercambio es definido como un cambio recíproco de una cosa entre dos o más personas. Y lo mismo en lo individual que en lo social, implica la satisfacción, en menor o mayor medida, de una necesidad.
No es, por supuesto, que la comunicación no contemple un intercambio, pues incluso para que sea un concepto completo, requiere la devolución de un mensaje o el ejercicio de una acción.
Sin embargo, persistir en esta idea, parece restringir la comunicación a un mecanismo meramente natural. Y la complejidad de nuestra existencia humana no puede excluir de la comunicación las necesidades sociales.
Dicho esto, tampoco veo fuera de tono asegurar que la base de una comunicación efectiva no es la devolución de un mensaje ni el ejercicio de una acción como respuesta imperativa, sino la comprensión del mismo mensaje, incluso de forma no necesariamente inmediata.
Mi generación, la millenial, ha sido calificada desde siempre como inmediata e incluso algunos teóricos la refieren a la de un consumo en flash. Pero, si juzgamos con la memoria, prácticamente en cada momento de la historia, el ser humano ha buscado una variable de solución inmediata para sus necesidades.
Por supuesto, el atrevimiento que no quiero tomar es el de alargar la complejidad del proceso comunicativo ni despechar al mismo tiempo lo sencillo que puede resultar en algunos aspectos con la convivencia y la práctica social como fondo.
Así, puedo ejemplificar que una comunicación realmente efectiva será siempre la que tome en cuenta un contexto y, con base a ello, pueda generar una respuesta empática.
Así, puede entenderse el enorme fracaso de un sistema educativo que genere mensajes al máximo volumen, pero ningún entendimiento de su practicidad.
También, puede comprenderse el descontento social incluso hacia aparatos gubernamentales atentos en programas sociales, pero escasos en generación de oportunidades para no volver a requerirlos con total dependencia.
La base de las relaciones, pues, sí puede apegarse a la comunicación. Pero, la base de la comunicación, no puede nunca estar distante de la comprensión. Y cuando lo entendamos o lo ejerzamos, seremos funcionales a cualquier modo.
pa voloria.
¿O usted qué opina?