La diabetes es una enfermedad crónica, que altera la forma en que el cuerpo transforma los alimentos en energía, la glucosa se acumula en la sangre y puede provocar problemas de salud. Se estima que una tercera parte de las personas que la padecen no tienen un diagnóstico, a pesar de experimentar sus síntomas.
Un diagnóstico temprano es crucial para iniciar el tratamiento adecuado y reducir los efectos a corto y largo plazo de esta enfermedad. Sin embargo, hay enfermedades que no siempre se manifiestan a tiempo, por lo que la prevención se convierte en la única forma de evitar o retrasar la aparición de enfermedades como la diabetes tipo 2.
Hay tres tipos principales de diabetes: la diabetes tipo 1, causada por una respuesta autoinmune; la diabetes tipo 2, la más común (aproximadamente 10 veces más prevalente que la diabetes tipo 1); y la diabetes gestacional, que se desarrolla durante el embarazo en mujeres.
Entre los síntomas más comunes de esta enfermedad se incluyen la necesidad frecuente de orinar, sed excesiva, pérdida de peso inexplicada, aumento del apetito, visión borrosa, fatiga, entumecimiento en las extremidades, mayor propensión a infecciones o heridas que cicatrizan lentamente. En el caso de la diabetes tipo 1, los síntomas pueden manifestarse en cuestión de meses, además de experimentar náuseas, vómitos o dolor de estómago. En cambio, en la diabetes tipo 2, los síntomas pueden aparecer gradualmente o incluso no presentarse en absoluto, lo que dificulta el diagnóstico temprano.
Aunque no se conocen las causas exactas de la diabetes, se cree que puede ser debido a factores genéticos o ambientales. Sin embargo, sí se sabe con certeza que existen factores de riesgo modificables que pueden reducir las posibilidades de desarrollar la enfermedad.
Un estudio realizado por la Universidad de Sídney y publicado en el British Journal of Sports Medicine indica que niveles más altos de actividad física, especialmente de intensidad moderada a vigorosa, se asocian con un menor riesgo de desarrollar diabetes tipo 2. Esta investigación demuestra que la actividad física es efectiva incluso en personas con antecedentes familiares de alto riesgo, en comparación con aquellos con bajo riesgo genético pero menor actividad física. El estudio confirma que el ejercicio físico y una alimentación adecuada no solo reducen el riesgo de desarrollar la enfermedad, sino que también lo hacen incluso en casos desfavorables desde el punto de vista genético. Esto demuestra que el riesgo genético puede disminuirse con la práctica de ejercicio físico.
Sin embargo, es importante tener en cuenta que este descubrimiento no elimina por completo el riesgo de desarrollar la enfermedad. Por lo tanto, es recomendable que todas aquellas personas con riesgo de padecerla o que sospechen de su posible presencia se pongan en contacto con un profesional médico para obtener un diagnóstico precoz, lo cual es clave para enfrentar esta enfermedad.