Un día cualquiera en el coche o el autobús, la canción que hoy significa algo profundo para usted, no vuelve a representar lo mismo mañana. Heraclito lo dijo ya de antaño cuando expresó, palabras más, palabras menos, que nunca nos bañamos en el mismo río.
Incluso cuando el siempre poeta uruguayo, Mario Benedetti, publicó Poemas de otros, debió haber sabido a conciencia que, realmente, el nombre ideal para la obra era Poemas para otros, pues eso es lo más artístico del arte: Crear algo que es tan natural, que la misma emoción y el mismo contexto en el que habitamos los de pluma, pintura o música, puede llegar a ser compartido por alguien más, sin importar ninguna distancia.
El pasado 26 de mayo, coincidente con el mes en que en México se celebra la devota labor social que realizan los maestros, se estrenó El último vagón, una cinta que, desde las plataformas digitales, ha logrado precisamente todo lo arriba expuesto: romper la teatral cuarta pared y colocar al espectador en cada locación, escena, personaje y argumento.
El último vagón es guión de Javier Peñalosa, basado en la novela homónima de Ángeles Doñate; la música es de Gustavo Reyes y Andrés Sánchez, y cuenta con una deleitable fotografía e incuestionable dirección de Juan Pablo Ramírez y Ernesto Contreras, respectivamente.
El último vagón, como una verdadera pieza artística hecha a la mexicana, es una oda a los profesores, comprometidos y con vocación, capaces de sacrificarse por la enseñanza y dejar huella en sus alumnos, y narra con extrema naturalidad la historia de Ikal, un niño que viaja por todo México debido a que su padre trabaja en la reparación y construcción de vías ferroviarias.
Sin embargo, esta vida nómada afecta su educación y provoca un constante sentimiento de desarraigo, aunque todo cambia cuando durante una última parada, Ikal termina en la escuela de la inquebrantable maestra Georgina y conoce a nuevos amigos (Chico, Valeria y Tuerto), sintiendo finalmente pertenencia a un lugar. No obstante, los problemas vienen cuando Hugo Valenzuela, inspector de la SEP, llega al pueblo y entonces finalmente se entiende en dónde está realmente la habitancia y cohabitancia de cada ser.
Sin ánimos de adelantar de más, sobre El último vagón basta retomar las críticas de Jesús Chavarría, Álvaro Cueva y Alejandro Alemán, quienes resaltan que la cinta es “una cautivadora mirada a la infancia”, un rescate de las figuras más importantes del cine nacional, así como “una cálida feel good movie” que, sin caer en el melodrama exacerbado ni excesos sentimentales, regala 92 minutos tan bellos y agridulces como la vida misma.
La cinta, por cierto, también cuenta con tremendas actuaciones de Adriana Barraza, Guillermo Villegas, Blanca Guerra, Fátima Molina y todo el elenco infantil que eleva las expectativas de que en México tenemos mucho que contar, y sabemos cómo hacerlo.
Para no ofender a la película y no caer tampoco en tanta palabrería emotiva, sobre El último vagón, solo resta decir que, al verla, el espectador debe estar preparado para llorar, y ese llanto, no tiene que significar una derrota, una partida, un error o un rencor, sino simplemente, el saber que, con lágrimas o no, después de ver esta cinta que sin duda invitará a la reflexión, todos podemos entender que el cambio y la adaptación son lo único natural.
Qué alegría que esta ocasión fue una obra maestra de México la que nos lo demostró.