Tuvo suerte el City de que a la desaparición de un Haaland que pasó de puntillas por Estambul respondiera el infortunio de Lukaku.
La Champions League bajó el telón estrenando campeón. El Manchester City, en su 13ª participación y convirtiéndose en el 11º equipo que cerró el torneo invicto, alcanzó su primer trofeo tras una final más igualada de lo que se aventuraba, alejado durante muchos minutos del glamour futbolístico que se le supone (y conoce) y agarrado en los últimos instantes, también, a esa dosis de fortuna que a menudo marca las diferencias entre el ganador y el derrotado.
Tuvo suerte el City de que a la desaparición de un Haaland que pasó de puntillas por Estambul respondiera el infortunio de Lukaku, taponando primero un remate de Dimarco y regalando después a la rodilla de Ederson un cabezazo con sabor a gol que habría conducido la final a la prórroga. Respondió al partido con gallardía y solvencia el Inter, sacudiéndose la consideración de víctima propiciatoria y, lo reconoció el propio Pep Guardiola en la sala de prensa, convirtiéndose en un rival mayúsculo.
Le faltó al equipo italiano la suerte que le acompañó antes, durante el torneo, cuando en la fase de grupos apoyó su clasificación en un error grosero del árbitro esloveno Slavko Vincic durante su partido en el Meazza frente al Barcelona o de su supervivencia en Do Dragao, en la vuelta de los octavos de final contra el Porto.