Dicen que el tiempo todo lo cura, y los tambores de guerra que han sido banda sonora del planeta golf desde hace ya casi un año, cuando la irrupción del LIV provocó un cisma inédito en este deporte, van perdiendo fuerza.
En el PGA Championship de Oak Hill, Nueva York (EE UU), que encumbró el domingo a Brooks Koepka, el primer enrolado en la superliga saudí que ‘caza’ un grande desde su creación, no hubo abucheos para los LIVers, como en el British Open del año pasado, ni declaraciones altisonantes de ningún bando, ni incidentes entre jugadores, como cuando Patrick Reed y Rory McIlroy confrontaron en el green de prácticas en Dubái a finales de 2022.
Koepka, que nunca ha transmitido la impresión de preocuparse mucho por nada que no sea él mismo, restó importancia a la efeméride. “Creo que ayudará al circuito, pero honestamente me interesa más cómo me va a ayudar a mí”, aseguró ya como campeón en rueda de prensa. “Es algo grande para el LIV, pero al mismo tiempo compito aquí individualmente. Simplemente estoy feliz por llevarme este trofeo a casa una tercera vez”, añadió, rehuyendo desvelar ante las preguntas de los periodistas si ya había recibido una felicitación de Greg Norman, CEO del LIV. Interesantes fueron también las reflexiones (o la ausencia de las mismas) en la comparecencia de Phil Mickelson, quizá la más plana de toda su carrera, ni rastro de las ganas de marcha que ha mostrado tanto en medios como en redes sociales a lo largo de la disputa.
La impresión es de que el quinto major del de Florida, que parece recuperado para la causa tras atravesar un largo bache trufado de lesiones que le hundió moralmente, como muestra su episodio en la serie de Netflix Full Swing contribuye a la distensión, a la normalización de la convivencia entre circuitos. Algo que ya se palpó en Augusta y, antes, en la decisión de los grandes de permitir jugar a la competencia.
Un melón que reabre este PGA, de hecho, es el de la Ryder Cup. Preguntados por ello, ni Zach Johnson ni Luke Donald, capitanes de EE UU y Europa respectivamente, descartaron tener en cuenta a los LIVers de cara a septiembre, y sería difícil de explicar que Koepka, ahora segundo en el ranking estadounidense, con tres ediciones a sus espaldas (seis victorias, cinco derrotas y un empate), fuera excluido, más aún tras este entorchado que le devuelve a la élite.
En el bando norteamericano ayuda el hecho de que el control corresponda a la PGA de América, que ya anunció hace semanas que los proscritos son elegibles, y no al PGA Tour, que es un actor mucho más influenciado y desgastado por el enfrentamiento, y por tanto propenso a adoptar una postura beligerante. En el lado Europeo, en cambio, la manija se reparte en el European Tour (60%), la PGA de Gran Bretaña e Irlanda (20%) y las PGA de Europa (20%), que aglutina a 29 PGAs del Viejo Continente. Y el macho alfa del entramado, el circuito, impuso en abril sanciones a los ‘rebeldes’ que se alistaron en el LIV el año pasado, una medida que aleja, entre otras, la posibilidad de ver a Sergio García, el mejor europeo de la historia de la competición, jugar una décima edición en el Marco Simone Golf de Roma.