“Lo que declaran con la boca tus padres, eso serás”. Palmira Antonia Camacho Rodríguez, maestra por 30 años de su vida y jubilada hace 20 años, asegura haber nacido con vocación docente, pues desde los 4 años, jugaba a estar frente a su grupo de alumnos.
“Siempre me gustó la docencia, desde niña formaba las macetas en casa de la abuela y las llamaba por su nombre como si fueran niñas. Dios estuvo conmigo para realizar mi sueño y me dieron una beca, de lo contrario yo no hubiera tenido dinero para estudiar la carrera”. La profesora Palmira desarrolló su labor profesional, la mayor parte, en colonias de bajos recursos, lo cual la llevó a ser más humana y a compadecerse del dolor que muchos de sus alumnos le expresaban por las carencias que tenían.
Como anécdota, cuenta una que le marcó la vida y la llevará en el corazón por el resto de su vida.“
Me tocó un alumno de sexto año en una escuela en La Hibernia, la directora me preguntó cuál era mi gallo para las olimpiadas del conocimiento, estaba entre un niño que había llegado de la Ciudad de México, Ricardo, inteligente y propio para expresarse y otro que era muy humilde, se llamaba Ernesto.