Hace ya casi 46 años —que se dice pronto— que se lanzó la sonda Voyager 2 junto a su gemela hacia los confines de nuestro Sistema Solar. Desde entonces, la sonda ha viajado a más de 20.000 millones de kilómetros, y cuando ya nos preparamos para anunciar el fin de la misión más longeva de la NASA, los ingenieros de la agencia espacial se sacan un nuevo truco de la chistera para alargar unos cuántos años más su vida útil.
Los responsables de la Voyager 2 no eran especialmente optimistas con el futuro de la sonda. La nave está perdiendo potencia gradualmente y los ingenieros de la NASA pensaban que el próximo año se verían obligados a apagar ya uno de los cinco instrumentos científicos que hay a bordo de la sonda. Sin embargo, han encontrado una pequeña reserva de energía destinada a un sistema de seguridad de la nave que permitirá apurar las labores científicas de la sonda hasta el año 2026.
“Los datos científicos que las sondas Voyager están enviando se vuelven más valiosos cuanto más se alejan del Sol, por lo que definitivamente estamos interesados en mantener la mayor cantidad de instrumentos científicos en funcionamiento el mayor tiempo posible”, explicaba Linda Spilker, científica del proyecto Voyager en el Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de la NASA.
Tanto la sonda Voyager 2 como su gemela, la Voyager 1, son las únicas naves espaciales que han sido capaces de operar fuera de la heliosfera, una especie de región en forma de burbuja que rodea al sol y que nos protege de las partículas energéticas y de la radiación que proviene del espacio. Los instrumentos de estas sondas nos ayudan a entender mejor el papel de la heliosfera como mecanismo de protección.
Ambas sondas obtienen su energía de un generador termoeléctrico de radioisótopos, que produce calor de manera natural mediante la degeneración del plutonio-238. Este calor se convierte a su vez en electricidad. Pero como la eficiencia del Plutonio-238 se reduce con el tiempo. Cada generador pierde energía cada año. Las sondas aproximadamente generan un 40% menos de energía que cuando se lanzaron hace 42 años, por lo que al final no queda más remedio que ir apagando algunos de los sistemas no esenciales de las sondas.
“Incluso después de más de 45 años volando, los sistemas eléctricos de ambas sondas se mantienen relativamente estables, lo que minimiza la necesidad de una red de seguridad”, explicaba el JPL en un comunicado. “El equipo de ingeniería también puede monitorizar el voltaje y responder si fluctúa demasiado. Si el nuevo enfoque funciona bien para la Voyager 2, el equipo también podría implementarlo en la Voyager 1”.