Hay muy pocas cosas en el planeta que se presten a teorías tan diferentes unas de otras. Los monolitos en el centro de la antigua maravilla que es Stonehenge, unas piedras enormes que alguien extrajo de tierras lejanas y las llevó hasta allí para estar ser dispuestas con una precisión alucinante, siguen siendo motivo de misterio, con más preguntas que certezas sobre su significado.
Y es que el año pasado surgió una nueva propuesta sobre el significado de Stonehenge. Fue entonces cuando el arqueólogo de la Universidad de Bournemouth, Tim Darvill, publicó su escrito donde venía a decir que el monumento funcionaba como una especie de “calendario perpetuo”, basado en un año solar equivalente a 365,25 días.
Un año después, el matemático Giulio Magli, de la Universidad Politécnica de Milán, y el astrónomo Juan Antonio Belmonte, del Instituto de Astrofísica de las Islas Canarias, han tirado por tierra la afirmación de Darvill, afirmando que se basa en “una serie de interpretaciones forzadas, numerología y analogías sin fundamento con otros culturas”.
Cuentan ambos investigadores en el nuevo trabajo publicado en Antiquity que aunque la alineación de los solsticios es bastante precisa, el lento movimiento del sol en el horizonte en los días cercanos a los solsticios hace imposible controlar el correcto funcionamiento del supuesto calendario, ya que el dispositivo (compuesto por piedras enormes) debe ser capaz de distinguir posiciones con una precisión de unos pocos minutos de arco.
Además, como apuntan también, atribuir significados a los “números” de un monumento “es siempre un procedimiento arriesgado”:
En este caso, un “número clave” del supuesto calendario, el 12, no es reconocible en ninguna parte, así como ningún medio para tener en cuenta el día epagomenal adicional cada cuatro años, mientras que otros “números” simplemente se ignoran (por ejemplo, el portal de Stonehenge estaba hecho de dos piedras). Por tanto, la teoría adolece también del llamado “efecto de selección”, un procedimiento en el que sólo se extraen de los registros materiales los elementos favorables a una interpretación deseada.
Magli y Belmonte finalizan alegando que lo que se muestra es que el supuesto calendario de Stonehenge de precisión solar “neolítico” es una construcción puramente moderna cuyas bases arqueoastronómicas y calendáricas son defectuosas, aunque recalcando también que esto no quita ni un ápice de su extraordinaria, misteriosa y fascinante importancia.