Pandemia, crisis y recesiones económicas, conflictos bélicos, carestía alimentaria y, recientemente, tragedias como los sismos en Turquía o Siria. La lección está más que clara.
Fernando Valladares, profesor de Investigación en el Departamento de Biogeografía y Cambio Global, del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), y Emiliano Bruner, responsable del Grupo de Paleoneurobiología del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), lo expresaron en un profundo artículo para The Conversation.
“Las catástrofes y amenazas ambientales causadas o agravadas por la humanidad crecen en frecuencia e intensidad. Estamos muy preocupados por las pandemias y por el cambio climático, pero no hace tanto que las toneladas de plástico que vertemos al mar o los miles de sismos que generamos anualmente ocupaban las portadas de los periódicos”.
“Amparados en nuestra sociedad altamente tecnificada, parece que vamos contrarrestando los impactos. Pero crece la sensación de que estos problemas que generamos y que sufrimos nos quedan cada vez más grandes. ¿Tenemos la capacidad de resistir los embates venideros? ¿O crecerán más rápido los problemas que las soluciones?”, cuestionaron ambos expertos en el artículo en que, además, abrieron al debate el entendimiento de la evolución humana comprendida más allá de la escala biológica sino también en su “avance” social.
Y es que, al menos desde lo científico, los estudiosos parten de la premisa que, para lo evolutivo, hay diferencias importantes en la valoración del éxito. En biología, por ejemplo, se puede medir el éxito de un grupo zoológico considerando el tiempo que ha aguantado en este planeta, el número de individuos que lo representa o la variabilidad biológica que aquel grupo ha generado. Sin embargo, los humanos no nos ceñimos ni destacamos en ninguno de estos parámetros, pues contamos con muy pocas especies en comparación con otros animales, no tenemos el volumen de población que logran seres vivos como los insectos y nuestra historia evolutiva moderna, pese a todo, sigue siendo corta.
A este escenario, además, Valladares y Bruner agregan que “nuestra capacidad tecnológica y cultural nos ha colocado en una posición evolutivamente muy peculiar. Probablemente hemos alcanzado un tope entre el éxito reproductivo y la disponibilidad de recursos. Esto conlleva una larga serie de problemas energéticos, ecológicos y sociales que, a estas alturas, ya no se pueden obviar”.
Y acaban su manifiesto recordando, en ejemplo de lo dicho, que “para incrementar la probabilidad de nuestra supervivencia, en lugar de aumentar nuestra capacidad reproductiva, tendremos que reducirla. En lugar de lograr procesar más energía, tendremos que buscar la forma de procesar menos. Porque si hay algo que nos enseña la evolución es que no siempre más es mejor”.
En las redes sociales, estos días ha sido habitual ver dinosaurios simulando profesiones, que son creados con inteligencia artificial. Al margen de lo viral, han surgido postulados en las mismas plataformas acusando que son un reflejo de que esas actividades previamente solo humanas están en peligro de extinción. Por supuesto, en este momento podrían calificarse dichos planteamientos incluso como paranoicos, pero en un mundo donde este “columnistasaurio” tiene la posibilidad de escribirles a cientos de kilómetros, nunca está de más buscar formas de adelantarse a nuestros propios adelantos tecnológicos, culturales o humanos. ¿O usted qué opina?