'Todos somos migrantes, todos somos iguales'.
Procedentes de la Ciudad de México, el capitán Carlos Solís y su esposa Libna Cerezo de Solís han estado al frente de la casa albergue del Ejército de Salvación en Piedras Negras durante un año, dentro del cual un período todavía fue con la problemática de la pandemia del Covid, lo que les ha dejado una experiencia distinta con recuerdos de mucho esfuerzo y trabajo, esto a unas semanas de partir hacia otro punto en la República Mexicana.
Capitán, ¿Cuánto tiempo lleva trabajando al frente de albergues?
"Nosotros tenemos diez años trabajando en el Ejército de Salvación, hemos sido directores en Monterrey, Torreón, Matamoros, Tamaulipas, ha sido una larga y gran experiencia".
¿A lo largo de estos años, qué experiencia le ha dejado estar al frente de una instancia tan importante?
"Más que nada el conocer las necesidades de las personas, sus necesidades básicas, el saber identificar cual es su sentir respecto a la situación que estén pasando, en este caso específico conocer la migración sus requerimientos, que son muchísimos, conocer en las ciudades sus costumbres y culturas".
¿Qué percepción se lleva de haber estado un año aquí en esta frontera?
"Fue muy gratificante después de haber estado en otras fronteras, y sin querer sonar despectivo, aquí es una ciudad muy limpia a comparación de otros puntos donde hemos estado, con una seguridad y servicios al cien por ciento, es una ciudad muy ordenada, me sorprendió mucho".
¿Usted siempre se ha destacado por ser un luchador a favor de los migrantes?
"La migración siempre ha existido, siempre va a existir, no importa lo que hagamos, lo que los gobiernos hagan, siempre habrá quien busque un mejor futuro para su familia y buscará emigrar, al final todos somos migrantes, todos somos iguales, quizás no aprendan a vivir con ellos pero si ver que podemos hacer para que su estancia sea lo más agradable y rápida posible, porque ellos solo van de paso".
¿Por qué es fundamental combinar el apoyo del Ejército con una orientación espiritual?
"Mira por aquí tenemos varios dichos "Si nosotros alimentamos un niño pero no le predicamos la palabra de Dios, lo estamos mandando al infierno con la panza llena", eso es que necesitamos dar aparte de ayuda económica o en especie una enseñanza moral y espiritual, los migrantes son personas que están sometidos a mucha frustración, muchos quebrantos en sus vidas cuando ven que sus sueños no se cumplen, la comida o ropa que uno les da se acaba, pero la palabra de Dios siempre se quedará en ellos y sus corazones".
¿Su esposa es un pilar muy fuerte en este trabajo?
"Ella siempre estuvo al frente también, más que nada trabajo de la mano con los niños y mujeres, ofreciéndoles talleres de desarrollo, de manualidades para que pudieran sacar un poco de dinero, lecciones de no violencia, para ella ha sido una experiencia muy bonita y se sintió muy bendecida de estar aquí, de poder ayudar a muchas familias en necesidad".
¿Trabajar en pandemia le dejó una enseñanza distinta?
"Si, fue difícil para todos en sí, fueron momentos en que todos pasamos necesidad incluso aquellos económicamente bien tuvieron dificultades, lo que nos hizo ver lo frágil que es nuestra vida, independientemente de nuestra situación económica".
¿Cómo toma todas estas experiencias dentro del servicio que han tenido en la asociación?
"Todos somos frágiles por eso debemos saber apreciar los momentos que tenemos con nuestros seres queridos y quienes están a nuestro alrededor, conocer que cada uno es valioso desde su trinchera".