Joseph Ratzinger murió a los 95 años. Era conocido por sus posiciones conservadoras y fue el primer Papa en renunciar en casi 600 años.
Conservador, culto, de convicciones firmes, con un carisma nulo y enemigo de cualquier cosa que suene a modernidad. Así era Benedicto XVI, quien murió hoy como papa emérito a los 95 años de edad.
Joseph Ratzinger hizo historia cuando renunció, en 2013, convirtiéndose en el primer Papa en dimitir al cargo en casi 600 años. Lo hizo abrumado sí, por la edad que, según dijo, le impedía dedicarle a su trabajo la energía que requería, pero también por los escándalos y acusaciones a las que terminó por sucumbir.
La principal de ellas, relacionada con el asunto de los abusos sexuales en la Iglesia católica. Ya retirado, un informe que encargó la propia iglesia alemana lo señaló por encubrir cuatro casos cuando era arzobispo de Múnich, entre 1977 y 1982. Siempre lo negó.
Nacido el 16 de abril de 1927 en la localidad de Marktl am Inn, en Baviera, fue el tercer –y menor- hijo de un matrimonio conservador. Desde pequeño, Joseph manifestó su intención de ser sacerdote, igual que lo sería su hermano Georg, fallecido en 2020.
A pesar de que su familia no era de muchos recursos, lo inscribieron en el seminario. Eran los tiempos del nacionalsocialismo en Alemania. Y Joseph, a pesar de ser seminarista, se vio obligado a enlistarse en las Juventudes Hitlerianas, uno de los asuntos que más polémica generó cuando Ratzinger se convirtió en jefe de la Iglesia católica, en 2005.
Sin embargo, al menos en ese sentido, Ratzinger no tenía nada qué esconder. Fue parte de ese grupo, encargado de entrenar a los jóvenes alemanes no sólo en el uso de las armas, sino en la ideología nazi, porque no tenía más opción.
Ratzinger aprendió 10 idiomas. Tras una trayectoria como profesor de teología en prestigiosas universidades alemanas, se convirtió en asesor teológico del cardenal Josef Frings. Luego, en arzobispo de Múnich y Freising y luego en cardenal, en 1977.
En 1981 el entonces papa Juan Pablo II lo convirtió en prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, donde impuso su sello y su mano dura. “El Rottweiler de Dios”, fue un apodo que se ganó a pulso, por su defensa de las posturas más conservadoras de la Iglesia.
En su mira estuvieron, particularmente, los teólogos de la liberación.
De su tiempo como arzobispo, y en la Congregación, datan sus más grandes polémicas: a la de ocultar los abusos se sumaría otra, relacionada con los Legionarios de Cristo.
Aunque siempre defendió su gestión, poco hizo por atender uno de los temas más delicados en aquellos momentos para Juan Pablo II: el escándalo por los abusos sexuales perpetrados por el sacerdote mexicano Marcial Maciel, a quien el papa polaco defendió hasta su muerte, el 2 de abril de 2005.
Como uno de los hombres más cercanos a Juan Pablo II, Ratzinger era el heredero natural del Pontificado. El 19 de abril era designado como el nuevo papa Benedicto XVI.
En 2006 ordenó a Maciel retirarse y hacer penitencia, un “castigo” que para las alrededor de 60 víctimas de sus abusos, era poco menos que una burla, igual que para las otras decenas que fueron blanco de agresiones sexuales por parte de otros legionarios.
Escritor de numerosos y complejos libros, durante su papado convirtió en una prioridad la defensa de los valores familiares y lanzó una ofensiva contra los matrimonios homosexuales, de los que dijo, ya retirado, que son una obra del anticristo, una “fuerza maléfica”. El aborto y la eutanasia también fueron parte de esa ofensiva.
Durante su papado pidió perdón por los crímenes cometidos en el Holocausto, y en los últimos años implementó la “tolerancia cero” contra la pedofilia en la Iglesia.
Luego vendría el llamado VatiLeaks, la filtración de documentos que hizo su mayordomo, Paolo Gabriele, a la prensa en 2012. En ellos se evidenciaban las amargas disputas en el seno de la Iglesia católica. Ese mismo año, en plena campaña electoral, visitaría México.
Benedicto XVI anunció sorpresivamente su renuncia en 2013 y sería sucedido por el actual papa Francisco. No podían ser más distintos. Y la existencia de dos papas en El Vaticano, una situación inédita, generó todo tipo de suspicacias: Francisco representa al ala más progresista de la Iglesia, y sus intentos por acercar a la comunidad homosexual, entre otros, no han sido vistos con buenos ojos por el sector conservador, del que Ratzinger, a pesar de su delicado estado de salud que le impedía caminar o incluso hablar demasiado, fue hasta el momento de su muerte una figura clave y poderosa.