Ya está, ya está... Le costó muchísimo a Lionel Messi coronar su extraordinaria carrera como Campeón del Mundo. Si hace cerca de 15 años que es considerado el mejor jugador del planeta. Si había ganado casi todos los títulos posibles con el estupendo Barcelona.
Pero como se había ido de la Argentina antes de los 14 años para hacer un tratamiento de crecimiento que en su país no le pagaban; como con la Selecciòn -más allá de una medalla de oro olímpica, que es mucho pero que no suele ser reconocida en el ambiente profesional- no había conseguido títulos; y, para mayor tristeza, había perdido por penales dos finales con Chile en sendas Copas América y un Mundial con Alemania en tiempo suplementario, todo parecía gris. Como si sus éxitos fueran ajenos al reconocimiento de nuestro país.
Su perfil bajo, su casi nula comunicación con los medios, su tristeza escondida, de pronto se transformó. Ya en el otoño de su carrera, pero aún en plenitud, sin la explosión casi inexplicable de su juventud pero con la experiencia sumada que le agregó sabiduría de conductor a su juego exquisito, por fin ganó una Copa América. Y después de 28 años. Con un técnico sin antecedentes -y, por las dudas, tocayo, Lionel Scaloni-, más la renovación de un plantel de grandes jugadores que parecía gastado por sus frustraciones, cambió radicalmente su personalidad pública. Esa alegría conseguida en el Maracaná ante el propio Brasil fue como la liberación de una carga emocional que le apretaba el corazón. Y apareció otro Messi: extrovertido, maduro, seguro de sus movimientos y con la ilusión intacta. Pero con la voluntad inquebrantable de cumplirla. Ganar un Mundial era como aprobar la tesis de posgrado. Pero no iba a poder solo.
Por eso ayudó a crear un grupo homogéneo, de excelentes jugadores, para integrarse como uno más pero con su rango de ser el mejor. Y vivió con intensidad un proceso de más de cuatro años. Scaloni y su cuerpo técnico (Pablo Aimar, Wálter Samuel, Roberto Ayala), con una lejana pero valiosa orientación de César Menotti, fueron creciendo mientras probaban y descubrían jugadores por el mundo. Hasta llegar aquí, a la impensada Doha, en Qatar, en Medio Oriente, en otra fecha para un Mundial. Leo con 35 años y medio sabía que "era" el último para que pudiera cumplir su sueño. Y puso su voluntad y su pasión entera en la patriada. Sabiendo que estaba bien acompañado.
Se dio el gusto empezando por el sufrimiento. Su Selección perdió un invicto de 36 partidos en el debut, ante Arabia Saudita, una selección sin historia para destacar. Y tuvo que jugar "finales" sucesivas para llegar a los octavos con Australia. El vaivén de los otros resultados le fueron aliviando la carga. Pero un Mundial es un Mundial. Como si tuviera reglas diferentes. Porque juegan los tremendos factores psicológicos de la enorme difusión internacional que conlleva. Y se dio la final con Francia, el último campeón y con Kylian Mbappé, enfrente. El técnico optó por aceptar el desafío y lo incluyó a Di María como tercer delantero. Y fue una delicia ese primer tiempo de juego argentino, de toque y de gambeta y de combatir con fiereza hasta recuperar la posesión. Pero las grandes conquistas se tienen que afirmar primero en el sufrimiento. Y terminó sufriendo la Selección. Mucho. Nunca se había visto una final así. Si el mayor atractivo de este juego maravilloso llamado fútbol es que por "el canto de una uña" se puede pasar de la alegría suprema a la decepción lacerantes. En un segundo. Y pasó. De ida y de vuelta. Y Dios quiso, como lo dijo él mismo, darle la chance de la felicidad total. Del corolario ideal. Argentina es campeón del Mundo por tercera vez.
En esta ocasión es la cara de Lionel Messi la que se asoma por encima de todas. Como fue la de Mario Alberto Kempes, en aquel tiempo perverso afuera pero tan feliz dentro de las canchas, en 1978, cuando con toda su calidad y su polenta sometió a Holanda en la cancha de River para lograr la primera corona. Y como fue la del inigualable Diego Armando Maradona, en el estadio Azteca de México, en 1986. Son muchas más las figuras que sobresalen. Y lastima no poder nombrarlas a todas. Pero Argentina es TRIPLE CAMPEÓN DEL MUNDO. Y ésos son los nombres para honrar primero. Estaban Kempes y Diego en el monumento. Y ahora Leo Messi esculpió el suyo con las mismas letras de oro. ¡Salud, al fútbol argentino!