¡Qué lindo debe ser, ser brasileño!

¡Qué lindo debe ser, ser brasileño! Y no sólo por el concierto inconcluso en la noche tibia de Doha. 

¡Qué lindo debe ser, ser brasileño! No por Ipanema y su garota. Ni por Pelé. Ni por Garrincha. Ni por Ronaldo y Ronaldinho. Ni por Neymar, Vinicius, Richarlison y Paquetá, los ejecutores impíos de Corea del Sur: 4-1, la noche de este lunes en el Estadio 974.

¡Qué lindo debe ser, ser brasileño! Y no sólo por el concierto inconcluso en la noche tibia de Doha, como si fuera un verano en Copacabana, y por esos asomos del que parecía extinto, el jogo bonito, para someter a unos sudcoreanos guerreros, de rabia y gallardía, con ese espíritu inextinguible de no darse por vencidos, ni cuando el árbitro es el albatros de la tragedia.

¡Qué lindo debe ser, ser brasileño! Y no sólo por llenar con ese arrullo sensual y constante en la tribuna, con esa cadencia de samba, un ritmo de muchas sangres, de muchas inspiraciones, y de un solo ritmo inconfundible.

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