A veces, uno es la tormenta y, a veces, la calma. Lo complicado es conseguir ser las dos cosas. Lo complicado es templar el juego, saber con quién combinar, ayudar a la salida del balón... y a la vez, buscar al rival en la recuperación, correr vertical hacia el área contraria, filtrar el balón entre las líneas para crear una oportunidad tras otra. Dominar el fútbol en todas sus facetas, tener todo el partido dentro de la cabeza. Solo los elegidos pueden hacer algo así, y uno de ellos, ya lo sabíamos pero el Mundial nos lo ha confirmado, es Pedri González.
Pedri siempre ha tenido que pelear contra el prejuicio del chico prodigio. Tantos hay que dicen "es una maravilla" que es inevitable que aparezcan otros tantos bramando "bueno, no es para tanto". A eso se le une el hecho de que juegue en uno de los dos grandes equipos españoles, lo que se presta a la exageración constante, sea en un sentido o el contrario. De Pedri siempre se ha dicho que "hay que verle en los grandes partidos". Con 19 años, lo normal sería que esos grandes partidos los viera en la tele o con la ilusión del suplente revulsivo al que le dan quince minutos a la desesperada.
Sin embargo, Pedri ya ha jugado unas semifinales de la Eurocopa; Pedri ya ha jugado una final de los Juegos Olímpicos; Pedri ya está en su primer campeonato del mundo y no está de cualquier manera, sino mandando. Los frenéticos treinta primeros minutos de España, en los que dejó bien claro a Costa Rica que se olvidara de remontada alguna, que suficiente historia habíamos visto ya en los últimos dos días, llevan por completo su firma.
Por supuesto, también la de Dani Olmo y su insistencia; la de Gavi y su ubicuidad a lo Paul Scholes; la de Asensio leyendo a la perfección dónde está el espacio en un puesto -el de falso nueve- en el que el espacio lo es todo... pero nada de eso habría brillado sin la presencia de Pedri en el campo.
Del canario llama la atención su aplomo. La facilidad se da por hecha porque depende del talento, pero el aplomo es otra cosa. El aplomo y la jerarquía. Ese erguirse en líder de un equipo desde la postadolescencia como si llevara quince años jugando en la selección. Como si, en realidad, un año y medio bajo las órdenes de Luis Enrique y el aluvión mediático que le rodea, contabilizara por quince para una generación que tarde o temprano se comerá el mundo porque así está escrito.
Igual que la comparación de Gavi con Scholes es inmediata -la misma mala leche, la misma sangre en los ojos, el mismo instinto para la verticalidad, la misma relación asesina con la portería contraria-, Pedri recordó por momentos al mejor Modric. Es cierto que contra Costa Rica todo es más fácil, pero convendremos en que la comparación no está mal tirada. Pese a haber ganado solo un Balón de Oro, Luka Modric -cinco Champions, una final mundialista con Croacia, ni más ni menos- es probablemente el centrocampista más importante de la última década. Y lo es, precisamente, por saber ser tormenta y saber ser calma. Justo lo que Pedri está aprendiendo.
Coinciden también ambos en saberse los mejores. Y en actuar en consecuencia, que una cosa no siempre lleva a la otra. De lo poco -muy poco- que nos dejó el Croacia-Marruecos fue el despliegue físico de Modric apareciendo en cada rincón del campo para ayudar al equipo. En dosis más reducidas -jugó apenas 55 minutos- y con dieciocho años menos, lo mismo vimos de Pedri, algo habitual con la selección y menos con el Barcelona. Todos buscaban al 26. Todos sabían que ahí mandaba él y él estaba encantado. Sin un gesto de más, sin un aspaviento, sin tener que demostrar algo que era demasiado evidente.
Pedri y Gavi. Diecinueve años y dieciocho. Hay ahí algo más que una promesa de futuro. Hay una promesa de dominio durante una década. Al menos, si Luis Enrique fuera seleccionador todo ese tiempo, que sabemos que no será posible. Al que venga, habrá que exigirle que construya a partir de ellos y se olvide de las modas del momento. Lo mismo que habrá que exigirles tarde o temprano a Xavi y al Barcelona. Que se dejen de Dembélés y de Raphinhas, que el equipo no busque verticalidades ni ande con prisas. Que dejen de buscar truenos cuando los rayos los tienen en casa.
No hay en el fútbol europeo dos futbolistas de esa edad que mezclen mejor y que tengan tanto talento. No los hay, tampoco, con más hambre y en la élite el hambre lo es todo. El hambre de tener 37 años y dejarte la piel para pasar a octavos como sea. El hambre de tener 18 o 19 y pedir todo el rato el balón, correr como un loco para recuperarlo, pegarte con la torre rival desde tu 1.75... El estallido de la tormenta y la expectación de la calma. Todo en uno. Así, Pedri y sus secuaces. Una banda de forajidos suelta por Qatar. Alguien vendrá que les acabe cazando, pero, mientras, harán ruido. Mucho ruido. Y uno no se traga 103 minutos de un partido contra Costa Rica a la espera de silencio.