Ser diversos
Del “todes” a los “fifís”, y todas las preferencias que existen en cada rubro, la inclusión es uno de los constructos sociales más recurridos para este tiempo.
Sin embargo, a modo de reflexión personal, resulta fraudulento a su esencia, pues hablar de inclusión incide en reconocer, consciente o inconscientemente, que alguien es diferente a nuestra persona… pero, lo toleramos o lo respetamos. Y le permitimos coexistir con nosotros pese a su diferencia.
La Real Academia de la Lengua Española, para ceñirnos al poder de las palabras, define el concepto de diferencia como la “cualidad o accidente por el cual algo se distingue de otra cosa”, pero también como un factor de “controversia, disensión u oposición de dos o más personas entre sí”.
La misma RAE describe otro concepto, el de diversidad, al cual también le incluye una similitud con el de diferencia, pero le añade a la vez cualidades como “abundancia” o “gran cantidad de varias cosas distintas”.
Fuera de la sociedad construida a golpe de condiciones y decisiones, y meramente dentro del ámbito natural que como seres vivos todos compartimos a la par, existe el concepto de la biodiversidad, que es la diversidad de vida, la variedad de seres vivos que existen en el planeta y las relaciones que establecen entre sí y con el medio que los rodea.
La biodiversidad posee un valor intrínseco independiente de las necesidades de los seres humanos. Asimismo, constituye el sustento de la mayoría de las actividades humanas y la base de una gran variedad de bienes y servicios ambientales que contribuyen al bienestar social.
La biodiversidad también posee valores intangibles, aquellos difíciles de cuantificar en términos materiales: los valores éticos, estéticos, recreativos, culturales, educativos y científicos.
Entiende, además, que la especie humana y sus culturas han emergido de la adaptación al medio, su conocimiento y su utilización. Es por ello que la biodiversidad tiene dos dimensiones: la biológica y la cultural.
Comprende así tanto la diversidad genética, de especies (animales, plantas, hongos y microorganismos), de poblaciones y de ecosistemas, como la de los múltiples procesos culturales que en diferentes épocas y contextos han caracterizado la relación del ser humano con su entorno natural.
Ese entorno, por supuesto, también supone la relación entre humanos de distintas culturas tanto a nivel macro como micro, en lo geográfico, lo histórico o más allá.
Científicamente, la convivencia con la naturaleza es una cuestión de supervivencia humana. No solo nos proporciona sustento, sino también bienestar y felicidad. Y el proceso de buscar esa supervivencia ha llevado, por ejemplo, a necesidades de ciudades más naturales.
¿Por qué, entonces, si la sociedad es una construcción humana lo mismo con base a conjugaciones de decisiones y contextos al mismo tiempo, habría pues de marginarse esa convivencia plural y diversa al reconocimiento de diferencias triunfando sobre la misma biodiversidad natural?
Para decirlo claro, ser diferentes ahonda en discrepancias; ser diversos versa sobre lo natural. Y aprender a convivir con ello es hoy más que nunca un mecanismo de sobrevivencia. Si logramos pasar de la inclusión a esa sobrevivencia que, por supuesto, debe estar a la par en el engranaje natural y social, creo firmemente que además podremos hablar de evolucionar. ¿O usted qué opinaría?