A propios y extraños sorprendió la forma en que los Guardianes lograron ganar la división del béisbol.
Los Cleveland Guardians no se suponía que estuvieran aquí, todavía no. Comenzaron la temporada con el roster más joven de la MLB, al menos una temporada o dos detrás de un equipo de los Chicago White Sox que muchos expertos creían que ganaría la carrera de la División Central de la Liga Americana.
Y sin embargo, aquí están, luego de llevarse la división con 92 victorias y arrasar a los Tampa Bay Rays en la Serie de Comodines de la LA, ahora enfrentando a los New York Yankees en la serie divisional.
La clave. Su éxito inesperado se puede atribuir a varias cosas: promociones inteligentes de la oficina principal y debuts exitosos de muchos de los menores de 25 años de la franquicia. Pero, lo más importante, la presencia de una superestrella de buena fe en el veterano José Ramírez -- el corazón y el alma del equipo y un hombre que, a principios de abril, estaba a horas de ser canjeado. En el último día de los entrenamientos de primavera, la oficina principal de los Guardianes había llegado a su fecha límite: si no podía conseguir una extensión de contrato con su estelar tercera base ese día, iba a ser canjeado antes del Día Inaugural. Los San Diego Padres, entre otros contendientes, estaban esperando una llamada. El intérprete del equipo, Agustín Rivero, quien estaba de coach en la primera base en un juego de escuadras divididas esa tarde, fue apartado para una última conversación entre el jugador y su oficina principal, y para ayudar a Ramírez a compartir su opinión: Quería quedarse en Cleveland.